domingo, 12 de diciembre de 2010

En estas Navidades celebramos


Okey tengo 27 años. Wow, ya debería ser aquella con dos dedos de frente más siete segundos de fama que se proyectaba desde sus 20. Decía entonces: ¡cuándo tenga 27, pajarito y mandarina! Y cuando tenés 27, na.da.de.to.do.eso. Ni mandarina ni naranja, cero de lo que te creías que podía pasar: no trabajás en la tele, no te convertiste en escritora, no viajaste por Europa con una mochila golpeándote la nuca y un hippie componiéndote canciones de revolución al costado de la rute 66 que no importaba una mierda si queda en los Súper Unidos Estados o si atraviesa la tumba de Jean Paul Sartre. No tengo una pareja cool con la que salgo todas las noches junto a una banda de intelectuales descontrolados, ni me paseo en mi auto recién estrenado, descalza, con la lengua de los Rolling pegada en la luneta, escupiéndole el sushi a los burócratas de atrás. Porque, juro, eh, que hace siete años creía que eran todos unos giles que no habían entendió nada y que yo estaba puesta acá, digo acá en la Argentina provincia de Buenos Aires, con el único fin de entregar conmiseración al universo. Y viveza, eh, desde mi buhardilla for ever. Pero acá me ven, sí, fumada en mi monoambiente y medio, pidiéndoles clemencia al sistema, a mi vieja, a mis abuelos, a mis maestras de primaria, a las mujeres que lucharon por el avance del género: ¡dejame la cabeza en paz, manga de zanguangos buscadores de una moral universal! ¿No se dieron cuenta de que sus morales son acomodadoras por tips de coyunturas cinematográficas? Así venís a los 27, hecha un demonio y estás justo en ese punto en que lo re-carajeás a tu viejo, al resentido de tu viejo que se la pasó puteando con el diario bajo el brazo a los amigos que progresaban en la economía de un sistema sarasa, porque ahora lo entendés y qué miedo te da. Entonces tenés dos caminos. O te convertís en un adulto como ese adulto que te enseñaron a ser, es decir, un condenado infeliz, o –y porque nunca me gusta dejar un mensaje de frustración como idea primordial, aunque a veces lo pueda parecer en un asomo de lectura veloz - te fumás unos cuantos puritanos, te los pasás bien por las tripas del asadito cocidito para mí y con provo, si da el presupuesto, y te reís del tiempo que perdiste aprendiendo cosas obsoletas, in aplicables a la generación Y-E-I, o como sea que sea nuestra generación, y aplaudís por la victoria que siempre representa poder girar la condenada espalda y caminar para donde vos, tus piernas, tu viaje y tu voluntad te lo permitan. Es decir: lo que soñaste a los 20, je, ¿qué esperabas? Era un sueño pedorro, nena, si tenías veinte y ni sabías que había sueños mucho mejores como aprender a coger, discutir, emborracharte, drogarte y viajar a la loma del orto con algún chico lleno de defectos del que te enamoraste y que para vos le rompería la cabeza a la mismísima ídola de Simone. Y ojo, eh, no vayas a confundir realismo con mediocridad. Que acá me pongo cursi (solo sin tilde un poco más que cuando dije lo del pibe que te enamoraste) y te digo que la felicidad no es un cuenta ganados, eh. La felicidad es una decisión, una vocación, una virtud y –fundamentalmente- un darte cuenta a tiempo de quien no sos, para ser alguien mucho más groso. Sitedaelpiné.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Un cuadro

Para cuando se hicieron las dos de la tarde, Brenda ya había puesto en la heladera dos variedades de té, cocinado una torta de manzana y preparado unos sándwiches de jamón crudo, tomates confitados y aceitunas negras. Había tenido tiempo de arrepentirse de las aceitunas, de quitarlas de los sándwiches y de leer el pasaje más largo de un libro de yoga que una amiga le había traído de regalo de la India.

Sonó el timbre y Brenda secó sus manos con un repasador de hilos suaves. Fue a abrir. Evidentemente Mery había cambiado.

-Linda como siempre- la recibió.
-Nada de eso –le contestó Mery.

Brenda le ofreció té verde helado o té negro con cedrón. Pasó una servilleta por los vasos, movió algunos adornos de lugar y corrigió la ubicación de un cenicero que solía estar en otro sector de la mesa ratona sobre la que Mary apoyó su cartera.

-¿Llegaste bien?
-Perfecto, volver a un lugar después de un tiempo es como aprender un recuerdo.
-Espero no haberte molestado con mi llamado.
-Me quedé pensando algunas cosas.
-¿Malas?
-¿Cómo son las cosas malas?
-No sé, tal vez.

Brenda caminó hasta la cocina y Mery la miró hasta que cruzó una puerta vaivén. Todavía tenía las piernas arqueadas y firmes, como a los 25, y el pelo más largo que nunca. Escuchó su voz balbucear a lo lejos: cociné tortas y preparé unos sándwiches, no sabés cómo aprendí de gastronomía y de alimentos. Es muy interesante saber cómo están hechas las comidas, los tiempos de las plantas para crecer, la importancia de los aromas para la experiencia sensorial entera de disfrutar de un buen plato. Su voz primero fue haciéndose más suave y luego cada vez más nítida, hasta que la singularidad de su acento de provinciana, que nunca había pedido por más de que lo había intentado durante toda su juventud, se hizo presente como el cuadro sobre el que Mery había detenido su mirada. Corrigió su atención y vio a su vieja amiga cargando una bandeja de plata.

-No hay que declararlo todo –soltó Mary.
-¿Cómo? – Brenda apoyó la bandeja en la mesa ratona.
-Que no hay que declararlo todo.
-¿En dónde?
-En el matrimonio, no hay que declararlo todo.
-¿Por qué lo decís?
-Esto que me contaste por teléfono, no tendrías que habérselo contado a él.
-Pero es mi marido.
-Justamente.
-¿Justamente?
-No hay que hacer declaraciones en el matrimonio, mejor gritálas en el río que sabe correr, los matrimonios no corren: son como lagos.

Brenda tomó un vaso desde su base y dijo:

-No cambiaste en nada.
Un trueno hizo retumbar los cristales del ventanal que daba a un jardín e interrumpió la conversación. Hacía diez años que no se veían.
-Todos los días pienso en vos.
-Y yo en vos.
-¿Y por qué creés que no nos vimos más? –preguntó Brenda.
-Supongo que no pudiste, al menos eso es lo que elegí pensar todo este tiempo.

Brenda se movía como despistada. Primero caminó hasta una mesa de comedor que estaba en el mismo ambiente para acomodar un candelabro; después se acercó hasta el sillón en donde estaba Mary y se quedó parada de frente a ella, jugando con su brazalete dorado.
-Necesité tomar un poco de distancia de todo aquello. Me llevó mucho tiempo superar el asunto, ¿sabés? Pero ahora ya casi no pienso en él.
-Y supongo que eso te resulta bueno.
-Tuve que sobrevivir.
-Sobrevivir, claro –dijo Mary y volvió sus ojos al cuadro. Había algo con él que le llamaba la atención, una mezcla de claridad y oscuridad, de fantasía y realidad. No descubría si se trataba de una foto desarreglada, o de la copia abstracta de un paisaje real.
-Mery, vos sabés muy bien cómo sufrí.
-Claro que lo sé, como yo.
-¿Y vos qué hiciste?
-Te pregunté antes si creés que fue lo mejor haber dejado de pensar en él.
-Está muerto.
-¿Y?
-¿Y para qué voy a seguir pensando en él si está muerto? ¿Qué va a darme?
-Lo mismo que en vida, sólo que sin sexo.
-Eso es ridículo.

La puerta de entrada a la casa tenía una campana colgando desde la mirilla. La campana sonó y Pedro, como atravesando el sonido, entró de espaldas, arqueado, sacudiendo un paraguas hacia afuera.

Una vez que terminó con su quehacer doméstico, giró su sonrisa hacia las dos mujeres que lo miraban en silencio y saludó con viveza, como si la presencia de Mary en la casa fuera tan habitual como la bandeja de plata apoyada en la mesa ratona.

-¿Qué hiciste todo este tiempo? –le preguntó a la invitada.
-Aprendí todos los días a vivir, supongo.

Brenda y Pedro rieron y Pedro estrechó a su mujer entre sus brazos.

-Hay torta de manzana y algunos sándwiches en la heladera –le ofreció ella.
-Está bien, no voy a comer nada, no me siento muy bien. Mary, disculpame que no me quede aunque sea un rato, necesito acostarme, tal vez después baje.
-No hay problema, ya nos volveremos a ver, qué te mejores –contestó.

Pedro subió las escaleras con tanta energía que desapareció en el primer escalón.

-Realmente no envejeció nada –dijo Mary asintiendo con la cabeza.
-Es la suerte que tienen los hombres.
-¿Viste? Con más razón te digo que no tenés que hacer declaraciones, en el matrimonio es como en política, las reflexiones se hacen para adentro, jamás se reconocen ante el enemigo.
-¿Enemigo? Pedro no es mi enemigo.
-Está bien, está bien. ¿Tenés algo de alcohol?
-¿Para qué?
-¿Te das cuenta? Hacés justo las preguntas que no tienen sentido.

Brenda sirvió Coñac en el vaso de Mery, sólo hasta la mitad. Caminó hasta la ventana y la entornó. Para que entre un poco de aire, mientras rascaba su espalda por la cintura, con las uñas pintadas de coral.

-Entonces, ¿qué dijo él cuando se lo declaraste?
-Que estaba dolido, que le diera un tiempo para pensar.
-Claro.
-Tiene derecho, ¿no?
-¿Derecho a qué?
-A pensar.
-Ah sí. ¿Pero en verdad creés que necesita pensarlo?
-Supongo que sí, es un asunto importante.
-¿No fue Joel un asunto importante en tu vida?
-Si yo pude perdonarlo después de diez años, no veo por qué motivo a vos te cuesta tanto.

Quedaron en silencio unos minutos. Brenda volvió a cruzar el living y se sentó en mismo sillón que Mery. Recostó su espalda contra el apoyabrazos y estiró las piernas sobre las de su amiga.

-¿Sabés? A veces extraño aquellas conversaciones que teníamos.
-Pero acá estamos, conversando. ¿O no?
-Sí, pero ya no es lo mismo.
-No.
-Y yo las extraño.
-¿Y no extrañás a Joel?
-A veces, sí.
-Pero no pensás en él.
-No quiero hacerlo.
-Y entonces hacés declaraciones en tu matrimonio.
-No entiendo qué tiene una cosa que ver con la otra.
-¿Realmente te parece que tiene sentido habérselo dicho?
-Necesité hacerlo para que podamos tener una relación sincera.
-Basura.
-¿A mí me lo decís?
-No, a tus argumentos, Brenda. Si pasaste diez años sin poder ser sincera con él, esa posibilidad ya no existe, ¿sabés? La sinceridad no existe por sí sola. También se necesita de la creencia del otro, y eso es una construcción.
-Me hablás como si fuera la culpable por sentir que lo hizo a propósito-. Brenda quitó las piernas de encima de las de Mery y se sentó con brusquedad. Hizo un semicírculo con su espalda y se agachó a levantar una pelusa del suelo.
-Dejá eso, Brenda. No me hagas caso –Mery la tomó por los hombros y la llevó hasta su pecho.
-¿Qué creés? –preguntó Brenda con el aire sofocado por el cuerpo de su amiga apretado contra su cara.
-Nada.
-Decimelo, está bien, quiero escucharlo.
-¿Sí?
-Sí.
-Creo que él sí lo hizo a propósito y que se debe haber hecho cargo de lo que pasó después, en su intimidad. Como yo me hice cargo del odio que sentí por vos, porque lo traicionaste. Como vos te hiciste cargo de haber guardado la comodidad de tu silencio durante diez años. Y como mi hermano debe haberse hecho cargo de haberse matado.
-Todos nos hacemos cargo como podemos, ¿no?
-Supongo. ¿Ese cuadro lo pintaste…

Un disparo seguido de sonido fuertísimo llegó desde el primer piso. Mery saltó del sillón y quedó en cuclillas agarrada de la mesa ratona. Brenda sacudió unas migas que habían caído sobre sus rodillas, miró a su amiga sollozar, se inclinó ante ella para acariciarle el pelo y le dijo:

-Sí, es del año siguiente al que murió Joel. Lo pinté en un viaje a Tailandia, desde la ventana de mi habitación, todas las tardes en que Pedro se iba a bucear.


(Después de recibir críticas -constructivas, sí- sobre este texto, lo posteo. No porque no me importes vos -que llegaste hasta acá-, si no porque cuando escribo algo y me frustra su resultado, necesito sacarlo de mi territorio privado hacia afuera. Y porque siempre confío en que igual, tal vez, alguien pueda quedarse con al menos algo de todo esto. Aunque sea).

martes, 23 de noviembre de 2010

Fragmentos deseperados de Caicedo

"Añorar un pasado imposible de retener parece ser una actitud más optimista que suponer una mejora de la realidad actual... La ensoñación que nos posee cuando nos encontramos próximos a la sensación de felicidad anhelando lo que nunca podremos obtener... Pero cuando se recuerda con amabilidad la inutilidad y el desprecio sobreviene la tristeza peor de pensar en cuánta de esa juventud se perdió en el tránsito de la coca cola a la cocaína", Andés Caicedo, Mi cuerpo es una celda (una autobiografía).

martes, 9 de noviembre de 2010

Si te recuerdo

Si te recuerdo por mostrarme el camino de la pelea, del moretón de tinta del primer paso; si te recuerdo por la risa, por tanto ácido sobre mis mejillas; si te recuerdo por el llamador de torpezas de tus silencios, por el banco de plaza en que te vi; si te recuerdo por hacer de mi jerga un laberinto, por tu osadía y tus rechazos condescendientes; si te recuerdo por el lenguaje, por mi más blanca piel bajo tu boca, por la pluma del cambio de sol y el calidoscopio de las esperanzas; si te recuerdo por el baile de verano bajo la lluvia, por la emoción de un recital vibrando en tu cuello, por el paisaje de una ventana; si te recuerdo por haberme dado lo peor de mí mientras construías la irrealidad posible; si te recuerdo por haberme enseñado que amar no es una acción y que las ideas nos salvan cuando los miedos nos ahorcan; si te recuerdo por ser el hombre capaz de convertir una mirada en el mundo entero, por tu temblor bajo mis labios; si te recuerdo por escribir mi poesía, por romper el reloj y fabricar temporadas paralelas, es que entonces te habrás ido y yo estaré tomándome de los recuerdos menos bellos, para aplacar el sufrimiento que me provocaría contemplar el arte que pintamos, aquella noche en que la polea del sueño me arrastró hasta su oscuridad y vos, salido de mí y goteante aun, aferraste mi cuerpo al paraíso, sosteniéndome con tus dos manos.

viernes, 29 de octubre de 2010

Analfabeto Político

El peor analfabeto es el analfabeto político

No oye, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.

No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas.

El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política.

No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

Bertolt Brecht

viernes, 15 de octubre de 2010

Che

Me impresiona pensar en todas las cosas que tienen que confluir para que pase lo que pase.

lunes, 30 de agosto de 2010

Amar a vos

Amarte no es una acción, no es ni siquiera una palabra, no es una actividad, no es una posibilidad ni una escapatoria; amarte no es una elección ni una prisión; no es más realidad que ficción, no es controlable, reprochable ni alentador; amarte a veces me consume y a veces me eleva, pero no es ni un ascensor ni un atajo ni una herramienta, amarte no es porque me acompañes, ni unidad ni soledad (bien sabés que esas son claves dialécticas, impuestas, para que le temamos a lo que no podemos evitar); amarte no es la muerte, aunque bien podría serlo; amarte no me hace más rica, no me hace más pobre; amarte no es ayuda para ser ese péndulo orbitando entre las líneas invisibles que libera la luna que siempre quise ser. Amarte no es nada, porque amarte vive en todos los lugares, en todos los tiempos, en los que vivo yo.

domingo, 22 de agosto de 2010


domingo, 15 de agosto de 2010

Resignación

Aislado, que no me ame no me significa; no es resonar suficiente que no me sienta ni me piense ni me encuentre en sus desvelos cuando salgo escoltada de un sueño a buscar su voz. No espejo ridícula ni desdichada por amarlo sin que diga mi nombre ni seque mis lágrimas ni devuelva mis sonrisas ni mis llamadas. No me lastiman los ramos devueltos al remitente, las cartas cerradas entre las cáscaras podridas en su basura ni sus manos sobre mis hombros creyéndose capaces de sacudir ninguna razón. No hieren tanto sus oraciones -monosílabos, gastados por el uso- descoordinadas ni sus ojos que se alzan y entrecierran cuando mi espesa materialidad aparece ante él. Lo que en verdad produce esta pena, mi gran y desesperada pena, es amar a un hombre, que algún día me amó.

lunes, 9 de agosto de 2010

¡No lo puedo creer!

Después de 15 años demandando a mi madre por no haberme dejado ir a verlo, viene Bon Jovi a la Argentina y, desde que me enteré, ya me hice pis dos veces.

Juro que voy a clavar pañuelo a la frente, uñas rojas al taco, y que un corpiño va a volvar, va a volar.

La cita inamovible: 3 de octubre, Estadio River Plate.

viernes, 6 de agosto de 2010

¿Y qué si?

- ¿Y qué si quien creés ser sea sólo una eventualidad y amanezcas mañana en el cuerpo de otro, y otro en tu cuerpo actual?
- Supongo que me daría mucha pena haber desperdiciado 30 años de mi vida.
- Pero no lo sabrías.
- Entonces no sentiría nada más que lo que el nuevo cuerpo propusiera.
- ¿Y qué si todos los días fueras alguien distinto?
- Hay demasiada información como para que se traspasada todos los días.
- ¿Bajo qué medición exactamente?
- Quiero decir…
- …
- Todo lo que ya se de mí, lo que construí…
- Otro seguiría ese camino con igual compromiso.
- ¿Pero de qué le serviría a ese otro mi aprendizaje?
- Pero ese otro serías vos.
- No creo, no lo sé.
- Pensá: todos los seres humanos en este mundo, siendo otros todos los días.
- Sería bastante aburrido, supongo.
- ¿Aburrido? Sería una forma de aprovechar mejor el tiempo.
- Entiendo, pero…
- Pensá en esto: llegás primero al cuerpo de una nena de cinco años y te pasa todo su aprendizaje, después pasás al de un chico de diez, y en el instante de la transición, absorbés todo su aprendizaje también, después pasás al de un hombre de 25, a un cura de 30, a un empresario de 35 y a un rockero de 40. Y de todos conocés todo, hasta lo indecible, hasta lo aparentemente olvidado.
- Pero para cuando esté en el cuerpo del chico de diez ya voy a haber olvidado a la nena de 5.
- Pero lo habrás vivido.
- Pero no lo recordaría ni empírica ni intuitivamente, entonces no tendría ningún sentido.
- ¿Y tiene sentido ahora? ¿Cómo sabés que es cierto lo que recordás?
- Tengo algunos testigos.
- Y cómo funcionan esos recuerdos en vos.
- Ayudan al proceso de ser mejor de acuerdo a la forma en quiero ser mejor.
- ¿Y para qué?
- Para acercarme a la felicidad.
- ¿Y para qué querés ser feliz?
- Para sorportar mejor.
- ¿Y por qué deberías soportar?
- Porque quiero ver.
- ¿Para ver qué?
- Que más hay ahí, para mí. Para vivir...Vivir no está tan mal, al fin y al cabo.
- Y si sólo se trata contemplar y de vivir, ¿cuál es el problema con vivir cientos de vidas de un solo día cada una?
- Saberlo…
- Decías que sin saberlo no tendría sentido.
- Bueno, parece que cambié de opinión, ahora creo que saberlo sería una tragedia.
- ¿Pensás que acabaríamos por destruir todas las vidas?
- Supongo, pero eso no sería nada, en comparación…
- ¿En comparación con qué?
- El problema es que no tendríamos ninguna esperanza.

sábado, 31 de julio de 2010

The way you play

Están quienes de chicos iban al choque en los autitos chocadores, y esos que jugaban a esquivar a los demás.

lunes, 26 de julio de 2010

La creación

I

Antes de hacerlo, voy a contar por primera vez que desde hace trece, o tal vez catorce años, me sigue un hombre. Sergio es bajo -no debe medir más que yo que no llego al metro setenta-, bien flaco, y tiene los hombros como sauces llorones. Creo que fue por ese cuerpo desdichado que nunca me dio miedo: supongo que si hubiera sido lindo o fornido, aquella primera vez que lo descubrí espiándome desde la esquina del colegio, mientras me levantaba yo el jumper para mostrarles a mis compañeras un machete que había escrito en mi pierna, lo hubiera denunciado. Digo denunciado ante mi mamá o a los gritos en la vereda. Sin embargo no lo hice. Ni en ese momento ni a la semana siguiente, cuando lo encontré sentado en el cantero de entrada a mi casa. En cambio dijo hola, dije hola qué tal y me fui.
Sergio es vecino y vive con una mujer que tal vez sea su hermana. Las persianas de su casa suelen estar cerradas, con excepción de ese horario en que el sol comienza a bajar como martillo sobre el río y lo llena todo de una luz naranja que penetra a través de las ranuras, sacándose la ropa para mostrarse irresistible ante la pelusa y el polvo que se apuran a bailar en torno a ella.
Descubrí dónde vivía una tarde en que las casualidades se habían vuelto un desafío a mi percepción, cuando lo encontré sentado en el banco de la plaza El Ombú frente a la casa de un viejo amor, cargando una cámara de fotos antigua, de esas réflex manuales, y decidí llevarlo hasta una trampa. Caminé hacia el este, bajé por una de las barrancas que conducen al río, y me escondí a esperarlo: sabía que llegaría más rápido que él, simplemente por ser más joven y en tanto ágil, y podría encontrar el lugar indicado para atracarlo.
Me escondí detrás de un árbol retacón y lo vi aparecer con una de sus manos dentro del bolsillo de su saco, masticando el cabo de una hoja, ocultando sus ojos bajo los alambres electrizados que tiene por cejas; y cuando estuvo a pocos pasos de mí, salí de entre las hojas haciendo todo el ruido posible, lo tomé por la pera y le pregunté qué quería.
Contrario a lo que imaginé, Sergio sacó de su garganta una voz que no parecía la de alguien que seguía a una chica en uniforme: su tono era grave, se afirmaba sobre el viento y me preguntó si necesitaba algo, si me encontraba bien. Su seguridad y tranquilidad cambiaron la ecuación que tenía estudiada, le dije que me había equivocado de persona, y corrí por la barranca, esta vez hacia arriba.
Pero en ese momento vivía de acuerdo a mis caprichos –que por algún motivo nos enseñan a subestimar en la adultez-, y no me conformé. Entré en una garita de vigilancia vacía y lo esperé. Mientras estuve ahí, vi llegar al menos a cinco hombres y los vi hacer a todos lo mismo: estacionar frente a sus casas, abrir la puerta trasera del auto, bajar sus maletines, cerrar la puerta, activar la alarma, mirar hacia atrás, y entrar a sus casas, para sentarse seguramente frente a los televisores a ver el noticiero central, mientras que sus mujeres cocinan alguna pasta y los chicos se masturban en sus habitaciones con réplicas de autos, fotos de jugadores de rugby y la bandera de sus clubes clavada en la pared. Sentí depresión.
Sergio pasó por delante de mí pero no me vio. Lo dejé avanzar unos metros y crucé la vereda, amparada por la oscuridad de una noche cerrada, y lo seguí hasta su casa. Lo vi poner la llave en la puerta, como si se trata de uno más de todos esos hombres que a esa hora volvían de trabajar y me conmoví al ver que la mano de una mujer lo golpeó sobre sus venas hinchadas. Farfulló algo cerca de su cara, lo entró de un tirón y, cuando desaparecieron, me acerqué hasta el buzón y encontré una boleta de luz a nombre de Sergio Rodríguez.
A partir de aquel día, todos los días vi a Sergio. En el almacén, en la verdulería, por el medio de la calle, cruzando en contrario la avenida. Nos saludamos: hola, dice él, y yo hola qué tal.
A lo largo de más de una década, tuvo aspecto desconcertado en el restaurante la noche que festejé haber egresado del colegio; lo encontré cruzando la esquina del café en el que después estudiaría, con un libro debajo del brazo, la tarde que volví de mi primer día en la facultad; compró cigarrillos en el kiosco del hospital en el que me operaron de una infección y llevó un ramo de flores marchitas, con un sombrero que, como si le quedara grande, tapaba sus ojos, el día que me convertí en profesional.
Después de aquella primera vez que escuché la voz de Sergio, sólo volví a hacerlo una madrugada. En esa época yo salía con alguien que me quería y me cuidaba, lo cual bastaba para creerlo el indicado, y repetir al teléfono, al final de una conversación, al despertar, palabras de un amor que no conocía, pero al que creía quieto y universal, que después deseché y que, como el asesino a la escena del crimen, más tarde volví a buscar.
Pero le había sido infiel, por primera vez, y esa noche, después de hacerlo, volví hasta mi casa estancada en la desesperación, la culpa, el reproche. Caminaba envuelta por un abecedario heredado cuando vi a Sergio, que sonreía e irradiaba una luz que salía de su estómago hasta un faro. No sé qué luz alimentaba a cuál. Lo cierto es que ese hombre, ese Sergio adulto, parecía un niño cubierto por la vida de una placenta.
Extendió su mano y me alcanzó un papel que decía: “si se busca el crecimiento en la profundidad, entonces será necesario experimentar incluso aquello que en la superficie deja la sensación de que todo está perdido. Es sólo a partir de allí que comienza la verdadera construcción de un ser a elección”.

II

Y aunque supe querer otra cosa, mi vida no fue distinta a la de casi todos los demás. Mi popularidad adolescente me regaló los años más felices, es cierto; la intrascendencia posterior me ayudó a escribir mis mejores poemas, a experimentar mi sexualidad, a creer en la rebelión sin confiar demasiado en ella, o sin animarme a hacerla estallar entre los poros de mi existencia, puesto que nunca pude hacer nada más que envolverme en la retórica hasta que de tan repetida, la olvidé. Y el devenir adulto me hizo profesional, socialmente exitosa y una mujer compañera que se permite la dosis avalada por la consciencia de infidelidad. ¡Si lo hubiera advertido a tiempo!
Y mientras que yo no hice nada, más que casarme y sonreír para la sesión, Sergio envejeció. Sergio está viejo; sus cejas, blancas, su luz, cerrada. Debí haberlo notado: desde hacía un tiempo sus apariciones se habían convertido en rutinarias; ya no caminaba, se arrastraba, y prácticamente no me miraba.
No advertí ninguna de esas señales, lo llevé al extremo, no le di oportunidades, yo, envuelta en todo aquello y entonces lo de ayer:
Me detuve en la puerta de mi casa, como todos los días, y apareció como desde algún lugar invisible. Abrió la puerta de mi auto y dijo:
-No tengas miedo, es hora.
Me hizo seguirlo hasta la puerta de su casa. Llegamos, acarició mi cara y susurró:
-Hermoso ángel traicionado.
Se acercó despacio hasta mí, aspiró el aire que me rodeaba y me besó en los labios. No pude cerrar los ojos, y entonces lo vi beberse mi aliento, tragarse todo lo que tenía yo ahí, adentro y en mi periferia, en ese momento.
Abrió la puerta de su casa completamente oscura, me ordenó que entrara y cuando encendió la luz, vi aparecer como en diapositivas, cientos, tal vez miles de fotos mías clavadas en las paredes, pegadas en el piso, apiladas sobre la única mesa que había.
-¿Qué es todo esto? –le pregunté.
- Tu vida.
- ¿Y por qué está mi vida empapelando tu casa?
- No es nada más que tu vida.
- Pero ¿por qué un viejo decrépito, un viejo loco, obsesivo, tiene mi vida en la pared de su casa? –le grité. Por primera vez sentía impresión por todo aquello.
- Porque tu vida es también la mía –dijo mirando hacia abajo, con menos vergüenza por lo que había hecho durante todos esos años que desencanto por mi reacción –, porque sos la historia que elegí contar, a la que le dediqué todo mi devenir, siempre el devenir, y no creas que no siento desilusión.
Me quedé callada mirando las fotos que construían una vida que de ninguna manera podía sentir mía. ¿Esa era yo? Me reconocía en la joven de uniforme que sonreía, me reconocía en mi adolescencia, en mi entrada a la juventud, incluso reconocí a esa que leía el papel que Sergio le había entregado aquella madrugada, sonriendo a medias. Pero todo lo demás, ¿qué era? ¿Quién era? Esa mujer de traje, el pelo liso, las polleras, la seriedad.
Hizo que lo siguiera hasta una habitación pintada con fechas. Todos los días, desde hacía un año, estaban ahí. Y entonces me preguntó:
-¿Llegas a ver?
-Sí -le respondí, me senté en el piso y me eché a llorar.
Sergio me alcanzó un vaso con agua y tras él apareció esa mujer.
-¿Quién es ella? –le pregunté.
-Ella me asiste.
-¿Y por qué no me advirtieron?
-¿Puede un creador interferir en la vida de sus personajes?
-Intentaste hacerlo la noche en la que me diste ese papel.
-Fue todo lo que pude hacer, Valentina.
-No me llamo Valentina.
-En nuestra historia, sí –intervino ella.

domingo, 11 de julio de 2010

Laberinto

¿No es acaso la rebelión una premisa que horas más o menos se convierte en norma? ¿Por qué hace falta ser? ¿Ser rebelde? ¿Distinto? ¿Músico? ¿Intelectual? ¿Empresario? ¿Tiene algún fin? ¿No es buscando ser cuando todo queda inmediatamente perdido, esclavizado, incluso en la más viva rebelión? ¿La psicología colabora en estos procesos? ¿Para curar? ¿Y para qué curar? ¿Para ser normal: poder dormir, amar, compartir? ¿Con qué fin? ¿Con qué pretexto la aventura hacia el sentido? ¿Acaso lo que importa tiene que tener sentido? Por lo demás, ¿qué sentido es posible en un mundo injusto? Porque la justicia sí tiene un fin, ¿no? Al menos la divina. ¿O es una excusa tal a la de construir para añorar una añoranza que valga la pena, cuando sólo quede bajo nuestros pies el refugio del recuerdo? ¿No podríamos acaso inventar un pasado? ¿Para qué valernos de la realidad de lo que fue si, a fin de cuentas, también podríamos no estar convencidos de lo sucedido? ¿Es acaso el presente la única realidad comprobable? Y si lo es ¿por qué usamos nuestro presente para construir un futuro? ¿No es el porvenir una instancia más cercana a la muerte? Entonces, al aferrarnos a la vida en este contexto, ¿no nos enfrentamos a una contradicción? Si la vida sólo insiste en abandonarnos, mientras que la muerte nos espera, como segura de su amor, ¿no tiene mayor sentido construir una muerte valiente que una vida digna? Pero decía: ¿con qué pretexto la aventura hacia el sentido? Que es: ¿dónde se pule la llave que abre el sentido?

jueves, 8 de julio de 2010

Cisneros la rompe

lunes, 5 de julio de 2010

Esa mujer que me desvela

-Al terminar La fuerza de las cosas, usted dice: “Con estupor, calculo hasta qué punto he sido defraudada”. Todo el mundo ha hablado de esa frase, y la ha interpretado de modo diferente. Hoy se presenta la ocasión de que usted la explique.

-SIMONE DE BEAUVOIR: Hay que reubicar la frase en su contexto. Digo: cuando comparo lo que ha sido mi vida con lo que soñaba la adolescente que fui a los quince o dieciséis años, aunque esta vida haya cumplido con todas las promesas que me hacía en esos momentos, bien, hay… entonces creo que cito los versos de Mallarmé: “Ese perfume de tristeza que, aun sin lamentos y sin pesar, deja de cosecha de un sueño en el corazón de quien lo ha cosechado…”, algo como esto. Eso era lo que yo quería decir. Luego hay un texto de Sartre, en El ser y la nada, creo, que explica que el porvenir, cuando se lo sueña en tanto que porvenir, es algo hacia lo que se tiende, que está rodeado de un montón de espejismos. Y aun si el porvenir se cumple exactamente como se lo soñó, ya no es el sueño, puesto que es la presencia, está allí, está limitado a sí mismo y se convierte en algo terminado, mientras que el deseo y el sueño son cosas indefinidas.
Por lo tanto hay un desplazamiento entre el porvenir previsto, deseado, esperado, augurado, y el porvenir realizado que se ha convertido en el presente. Esto es lo que he querido decir.
(…)
Cuando se vive como yo lo he hecho, forzosamente se termina por considerarse defraudada.


Simone de Beauvoir, Por ella misma.

domingo, 4 de julio de 2010

Es hora de comer fideos

Los que confiamos en que la apuesta no sube,
que se da en banca horizontal,
no nos elevamos
ni hasta la terraza a descolgar la ropa.

La dejamos secar
entorpecida entre broches
porque confiamos en que
va a encontrar su lugar
para humedecerse o brillar.

La escalera es escalera:
está inclinada sobre sí;
para subir hay que gastar fuerzas,
sostener el aire,
insistir,
a lo mucho pasar de a dos escalones y gritar hurra,
controlar el aire,
quemar intuición,
gastar energía y, finalmente,
llegar a una terraza vecina
iluminada con caireles berretísimos
y ver,
aislado y con displicencia,
un panorama
que ya se conocía estando en la popular,
pero esta vez desde la lejanía celestial
(el cielo queda lejos y es histérico, asumámoslo de una vez),
en donde sólo hay nubes grises
eructándote en la jeta.

Preferimos no gerenciar,
no nos gusta la vigilancia
y entendemos
que no queremos perdernos de nada
de todo eso que está al costado,
tal vez a millones de kilómetros,
pero kilómetros rasos por los que se puede ir,
despacio,
mirando el entorno,
recolectando alguna fruta:
mandarinas y saber.

No trocamos nuestra mejor edad
-o en definitiva la vida-
que nos tacha palitos en la oreja
por trepar sobre sacrificios
como figuritas repetidas:
no queremos
no
ser parte del álbum modelo 2000.

Comemos fideos
y les metemos puerro y crema
para darle un mejor sabor.

viernes, 25 de junio de 2010

Como la mismísima vida (por no decir la vida misma que queda como el mismísimo upites avejentado)


Con lo que tenemos, hacemos lo que podemos (en el mejor de los casos, claro). Y este, sin dudas, es un gran caso de adaptación (espero que lleguen a apreciar la reja cortada para que entre la Falconeta con su trompeta).
Fotografía tomada en el barrio de Martínez (para que no digan que acá todo es glamour).(Estoy muy emparentisada y cacofónica, lo sé. Y se sabe, se lleva. Como en la vida misma).

miércoles, 23 de junio de 2010

Pool

Tal vez de este 23 de junio no nos vayamos a olvidar más. Tal vez ya no haya nada que podamos hacer, aunque reneguemos, aunque el peso de sentirnos nos invada y nos moleste, aunque nos empeñemos, a veces, en destruirlo porque ya nos dimos cuenta que somos solos y somos todos. Y cuánto pesa el peso de la importancia. Tal vez de este 23 de junio, llorando todos, todos los que hace años somos, aunque nos creemos otros porque nos conviene, llorando, digo, bajo la garúa de Martínez, abrazando despedidas cada vez más insidiosas, inexplicables, no nos vayamos a olvidar más. Lo vi caminar en la calle desolada en la que crecimos, porque nuestro barrio tiene esa belleza rica que es a la vez desoladora, digo, porque los ricos están durmiendo, aprisionados, mientras nosotros salimos a buscar otro barrio, y que conseguimos; lo vi de espaldas caminar rumbo a su auto y hacer estallar la brasa del cigarrillo bajo sus pies, y les dije: “Esa fue una imagen cinematográfica”. Y sé que entendieron que quise decir mucho más que eso. No se trató sólo de lo espeluznante. Fue mucho más que un cigarrillo estallando en la tempestad de la noche que nos invita, y que nos muestra tal cual somos: esas individualidades ensalzadas por las historia. Otra despedida más. Las 3 de la mañana, los ojos cansados, y un nuevo vuelvan pronto que hoy significa más que antes, porque antes había más porvenir y hoy sólo tenemos esta certeza: la que nos fundió, de nuevo, en un abrazo a todos, a todos los mismos que hace quince años. Aunque nos pese, aunque no podamos más que asumir que esta tristeza que nos invade hoy, nos la ganamos. Son mi vida porque son mi historia. Pero son mi vida mucho más que por eso: son mi vida porque son los que sigo eligiendo, una vez más, y otra vez más. Aunque me digan que sólo escribo lindo para que resuene y escupan. No me importa. Es la verdad. Los voy a extrañar. Vuelvan pronto.
Escrito de un tirón. Con el tirón con que llegué a casa. Me voy a dormir. Será hasta la próxima.

lunes, 21 de junio de 2010

Sí sólo si es

Si garúa es tristeza,
Atardecer, tintura de perdón
Y despertar la recompensa.

Si no aceptar es pecado,
Bailar, enceguecerse
Y alucinar endemoniado.

Si llorar es limpiar,
Reír, apostar,
Y un abrazo cofradía.

Si el libro es sabio,
La música, todo lo posible
Y el regalo es la visión.

Si mentir es un recurso,
Callar, la belleza
Y un riesgo estimado es pensar.

Si el cielo es ilusión,
La tierra, firmeza
Y la sal el embrión.

Si las flores son decorados,
La juventud, la antesala morada de la pérdida
Y el amor su corresponsal.

Si la vida es un destino,
Sobrevivir, la condición
E insistir una elección.

domingo, 6 de junio de 2010

En Mi mayor

"´Modifica nuestros destinos, nuestras plagas acribilla: comienza por el tiempo´, te cantaban esos niños. ´Engendra, no importa dónde, la sustancia de nuestra suerte y nuestros deseos´, te ruegan. Llegada desde siempre, tú eres la que irá por dondequiera". A una razón, Arthur Rimbaud

Fijos, los ojos fijos y no hay nada. Como el que chupa clítoris con la lengua trabada, sintiendo el deber, escupiendo el olor hacia afuera, impacientando a la que es lamida que –siempre sabe y jamás se ha de culpar por tu horror- no ofrece placer detrás de su sabor.

Fijas, las manos fijas y nada. En la nada, nada más que salvación. Como el que besa hacia su campanilla y aprieta la nuca, sin falta, protagonizando dientes de ratón. Esos, fijos, tienen todo lo que la tierra salva pero que la inefable esencia rehúsa porque –sabe- prisma la dulce, traviesa y finalmente escurridiza juventud.

Fija, la pantalla fija y nada. Nada que ver, nada que hacer. Sólo esperar al derrumbe que siempre estará al llegar. Como al que no se le para porque -sabe- ¡sabe! que el laberinto que guarda dentro esa piel ajena le dejará abierta la salida que él se empecinará en cerrar.

Pero sin capullo, varón, sin capullo, savia, limón; derrame y golpes al canto, golpes de cuánto, sin tu capullo empujando, varón, enterrado, atravesando el cuerpo como si fuera una spatha, comandando la leche de vida -¡que es a ti a quien demanda!-, no habrá sucesión; no habrá más que risas todo al rededor.

jueves, 3 de junio de 2010

Y lo escribió ella

- Verdaderamente, usted no es tonta. En general, no me gustan las mujeres inteligentes: quizá porque no son bastante inteligentes; entonces quieren dar pruebas, hablan todo el tiempo y no comprenden nada. Lo que me impresionó la primera vez que la vi fue su manera de callar.

Los Mandarines, Simone de Beauvoir: mi nuevo gran libro preferido, en proceso y alza.

sábado, 29 de mayo de 2010

Lo lamento Gary

Soñé que Gary Coleman me pedía ayuda porque un perro le había estado apoyando el pito en el culo durante todo el día. Yo le decía: "Pero, hombre, si estás muerto, muerto", y veía que detrás de él aparecía un perro con manos humanas sosteniendo su pija colgante, flácida, blanquita, haciendo ese gesto siniestro que le encanta a los hombres-perros, ese: el de simular la hélice de un helicóptero que, claro, jamás levantaría ni una hormiga. En el sueño yo corría hasta mi cama para leer uno de los tantísimos libros de Ercole Lissardi: para masturbarme, concretamente, mientras pensaba en que iba a escribir un post que dijera que los libros eróticos sólo sirven para que las mujeres se masturben -los hombres no entran en el palo salvo,imagino, el que escribe erótica, que se debe matar a pajas para destrabar la inventiva-, lo cual tiene muchísimo sentido: es la masturbación perfecta para que la mente de las chicas se pierda entre las líneas de una historia sencilla y entonces se olvide de sus constantes y zas, acabe con la solapa entre las tetas.

Todo eso soñé y acá estoy, con la web de Clarín reloaded que me hizo recordar a Gary más o menos a mitad de página, recién levantada, con el termómetro marcando 38 incrustado en la axila y pip pip pip, las sábanas hasta el cuello y un té de frutos del bosque humeando olor a naturaleza concentrada sobre la mesa de luz, sin poder dejar de preguntarme qué diablos puedo hacer yo por el espectro de Gary Coleman.

viernes, 28 de mayo de 2010

Fumala

- Interpretate y existí.

- Sos una asesina intelectual.

jueves, 20 de mayo de 2010

Cumpliendo condena

- Creo que si sentiste ese amor que te desgarra, que desdibuja, que no puede ser vivido de otra forma que con intensidad; si te enamoraste con tu vida entera, con los dientes, los ojos, las broncas, toda tu ilusión, todo tu ánimo; si amaste y te animaste a dejar la piel ahí, entonces tendrás que cumplir la condena que puede ser o la soledad hasta el fin, o la búsqueda eterna hasta debajo de los muebles, adentro de los zapatos, o la conformidad a consciencia. A menos que seas un absoluto afortunado y te suceda otra vez. Todo lo demás, es cotillón.

- Ay, es que el amor es tan incómodo, Marina. Si no, mirá a esos que vienen ahí corriendo de la mano. Es lo más incomodo del mundo.

- Gran metáfora.

martes, 11 de mayo de 2010

Pero por favor, no mueras en mis brazos

Lo busqué y lo esperé. Y volvió. Como el viajero que llega hasta la casa de su madre, mordiendo barba, aplastando rastas de jean, irreconocible ante el recuerdo. Valiente, convencido de que lo abrazarán, de que alguien lo querrá; con la ilusión de ser, finalmente, visto después de su hazaña. Aplaudido al caminar, volvió combativo, erguido, de ese modo que había creado su fantasía tantas veces en la humedad de aquella habitación de hojas rotas y filtros de aire agudo. Volvió para quedarse y matar, con el ímpetu del orgullo que, aunque los años se empecinaron en troquelar, él guardó, como a nada, nada más. Y entendí, ¿qué queda más allá de la propia imagen, cuando el espejo envejece y da, solo -y solamente-, una papada estallada de pintas rojas de almidón? Así, volvió, y en su volver, volvió a sonreír un destello imperdonable, disfrazado de milagro. Se mintió, y lo hizo a conciencia: bien sabía él que los milagros son un riesgo; bien sabía ya que los que pierden son perdedores. Y esa, siempre, será su condición.

domingo, 25 de abril de 2010

Ya lo dijo Moliére en su Don Juan

DON JUAN. ¿O sea que, a tu modo de ver, habría que encadenarse para toda la vida al primer amor que nos cautivó, renunciando por él al mundo y cerrando los ojos a todo lo que nos rodea? Es una necedad el querer vanagloriarse del falso honor de la fidelidad, el sepultarse para siempre en la tumba de una pasión y el morir, en la flor de la juventud, para cuantas beldades puedan llamar a la puerta de nuestros ojos. ¡No, no y no! La constancia sólo es buena para gente ridícula. Todas las mujeres son dignas de gozar del mismo derecho a seducirnos, y la ventaja de llegar antes no es bastante para quitar a las demás las justas pretensiones que tienen todas sobre nuestro corazón. De mí he de decir que me arrebata la belleza dondequiera que la vea y me rindo fácilmente a esa tierna violencia con que nos arrastra. Y aunque tenga empeñada mi palabra, el amor que siento por una no puede obligarme a ser injusto con las demás: me quedan los ojos para ver los méritos de todas, y a cada cual rindo los honores y pago los tributos que exige la naturaleza de nosotros. En ningún caso puedo negar mi corazón a cuantas bellezas se me presentan, y, si me lo pide un lindo rostro, le daría diez mil si los tuviera. Una pasión, cuando nace, tiene un hechizo inexplicable, y todo el placer del amor está en la variación. Se goza un deleite extremo conquistando con cien halagos el corazón de una joven beldad, viendo el terreno que se va ganando día a día, reduciendo con arrobos, lágrimas y suspiros el inocente recato de un alma, a la que duele rendir las armas, dominando poco a poco los frágiles impedimentos que opone, venciendo los escrúpulos con que pretende honrarse y llevándola pasito a paso hacia donde queremos que vaya al fin. Pero una vez dueños de ella, ya no queda nada que decir ni que desear; acabó lo más hermoso de la pasión y nos adormecemos en la inmovilidad de tal amor, si no viene otra presa a despertar nuestros deseos, ofreciéndonos el aliciente de iniciar una nueva conquista. En resumen, no hay cosa más grata que vencer la resistencia de una mujer hermosa, y, en este aspecto, poseo la ambición de los conquistadores, que corren perpetuamente de victoria en victoria, incapaces de poner límites a sus deseos. Nada puede detener el ímpetu de los míos; tengo un corazón capaz de amar a la tierra entera, y quisiera, como Alejandro, que existiesen más mundos, para llevar hasta ellos mis amorosas conquistas.

Y este tema, que me encanta, y que tiene que ver un poco con este afán de las relaciones que insisten en seguir, cuando ya no queda nada. Porque sí, porque no.

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viernes, 23 de abril de 2010

Debatamos Facebook

Bueno, yo me bajé de la red, con la siguiente argumentación:

Gente facebooker, estuve recapacitando. En tren de vivir por inercia lo menos posible (cosa que sucede en un muy bajo porcentaje, pero que sigo intentando), de pensar en por qué se hacen las cosas y no simplemente hacerlas (cosa que también consigo en muy bajo porcentaje, pero que sigo intentando), de controlar el ego y la importancia personal (tarea dificilísima, pero que sigo intentando), me bajo de Facebook. O más simple, sin tanta perorata para una simple red (podrán decir) –que yo considero catastrófica, pero entiendo la mayoría no-: creo que Facebook es una demencia total en la que se pierde un tiempo abismal y al que no le encuentro ningún rédito más que la exposición banal, el chusmerío y la histeria colectiva. Eso, además de la cantidad de información que está puesta al servicio de no sé quién. And so, apoyo la idea del escritor Fabián Casas: “Hay que ser invisible”. Chau, si nos vemos… ¡nos vemos en la calle! Como ha de ser. (Y para los que digan, “bajate y ya”, yo les contesto que ¡aguante la argumentación, fuckers! Y para los otros que ya sé lo que dicen, les digo: no, no se puede hacer un uso responsable de esto).

Entonces llegó el momento de desactivar la cuenta, momento en que Mr. Facebook me lanzó fotos con amigos y -apelando a sus nombres propios- me aseguró que ellos iban a extrañarme. Uf. Igual persistí en mi salida y, again, Mr. Facebook me pidió explicaciones, el muy atrevido. Se las negué, por supuesto, pero... ¡pero no me dejó ir! ¡Tirano! No pude más que argumetar y contarle que el motivo de mi salida es que no lo encuentro útil. A lo que él, insistente, el muy indigno, siguió en su afán de convencerme enumerando todos sus beneficios. Por suerte pude atravesar todas estas peripecias, puse mi contraseña, copié unas letritas y... Chau!

jueves, 22 de abril de 2010

Halagame que no me gusta

- Para ser mujer sos muy inteligente -me dijo.
- Ah bueno -le dije.
- Quiero decir, tenés una inteligencia muy masculina -cerró.


Esto es un dixit! Y yo que por un momento creí que nos habíamos liberado!

sábado, 17 de abril de 2010

Mi primer orgasmo

El primer orgasmo vino con la primera masturbación. Una masturbación tímida, más bien culposa; una de esas hazañas que se llevan a cabo mirando hacia los costados.

Recuerdo mi primer orgasmo con una exactitud dramática. De los que siguieron me quedan algunas imágenes que no puedo establecer bajo un orden cronológico, pero que guardo como encapsulados en pastillas de memoria que me fui tomando, en pequeñas dosis, junto al yugo de mis fantasías adultas.

A veces me pregunto si mi amiga E también se acuerda de aquellas tardes de sol y pileta que nos sirvieron de plataforma para todo lo que hicimos juntas, que fue muchísimo más que nadar y darle color a nuestros cuerpos de exagerada niñez y primitiva adolescencia.

E vivía en La Lucila, en un barrio residencial de la zona norte de Buenos Aires. Su mamá trabajaba todo el día y su hermana, que estaba encargada de cuidarnos, tenía un novio punk con quien salía por las tardes, casi sin excepción.

Gracias a las escapadas vespertinas de aquella pareja en gestación de morir (como casi todas las parejas que nacen a esa edad, o como casi todas las parejas), E y yo pasábamos el día completamente solas, con la casa entera a nuestra disposición. Los primeros juegos de la tarde eran de una simpleza tan encantadora que todavía los repito, cada vez que tengo la oportunidad, con la intención siempre punzante de no perderme dentro de las extrañezas de la mente y poder disfrutar durante el mayor tiempo posible de esa diversión pura de la que sólo es capaz un cuerpo: buceábamos broches, nadábamos largos por debajo y por arriba de la superficie, practicábamos distintos estilos, inventábamos coreografías acuáticas.

Eso, hasta que sobrevenía el hambre, generalmente a las pocas horas de haber almorzado. Inventábamos una gran merienda que servíamos en una sala que estaba al lado de la cocina, a la que llamaban playroom, desde donde se veía el jardín lleno de plantas, árboles y el claro de la pileta que se aquietaba bajo el reflejo del sol. Era una imagen elocuente que muy probablemente hoy me resultaría tranquilizadora y armónica, algo así como una tarde a destiempo.

Pero en aquel momento el playroom no era un escenario hacia el afuera. El playroom tenía algo más, algo mucho más atrayente y era una puerta hinchada de humedad que encerraba un cuarto de servicio en desuso al que nosotras, menos intencionalmente que por inercia, convertimos en el cuarto de los orgasmos.

Empezó sin intención. Estoy segura que para las dos fue igual. Unas pelotas de tenis, la picardía (inspirada en parte por la pareja punk que en algunos descuidos lucía sus lenguas cruzadas delante de nosotras), la merienda y nuestro afán por vivir en código lúdico nos llevaban a inventar situaciones. Armábamos nuestras pequeñas obras de teatro que sin excepción acababan teniendo que ver con un hombre imaginario y con nuestros cuerpos, hasta ahí, también imaginarios.

Jugábamos, como animándonos de a poco, y de pronto nos encontrábamos aplastando nuestros finísimos pelos púbicos contra esas pelotas amarillas. Mientras una actuaba, la otra arengaba: besalo, besalo. Y entonces la que estaba justificada por la actuación se agarraba de la almohada -y se reía-y empezaba a sentir que, entre la pelotita de tenis y su cuerpo, lo imaginario reaccionaba; lo objetivo respondía.

Todo fue in crescendo. Primero la pelotita, la reacción del cuerpo, el detenernos. Después la pelotita, la reacción del cuerpo, el atrevernos a la reacción del cuerpo, el detenernos. Siguió la pelotita, la reacción del cuerpo, el atrevernos a la reacción del cuerpo, el expandir la reacción del cuerpo, el detenernos. Hasta una tarde inevitable en que la puertita pareció convocarnos, como si se tratara de un llamado hecho por el marginado del colegio que, desde el rincón del patio y con la tranquilidad de saber que nadie lo considera, observa todo. Todo lo sabe.

E y yo caminamos hasta el cuartito y nos tiramos sobre la cama. Nos aplastamos contra el colchón, nos refregámos, nos sacudimos torpes, apuradas, desprolijas, y seguimos con nuestro juego hasta llegar, aquella vez sí, con la obra hasta el final.

Recuerdo que me sobrevino una idea de culpa. Me sentí enferma, pecadora y tuve asco de E. Le dije que no quería jugar más y volví al playroom a tomar la merienda. E caminó detrás de mí y las dos quedamos achacadas por la seriedad, hasta que mi mamá me pasó a buscar, como todos los días, a las 7 de la tarde.

Siguieron algunos orgasmos más que evidentemente no pudimos evitar, en silencio, y un día le confesé que cuando nos refregábamos contra el colchón del cuartito me agarraba una sensación extraña. Recuerdo la expresión de las pecas en torno a sus ojos. E me miró primero como si la hubiera robado, después aliviada, y finalmente me contó que a ella le pasaba lo mismo. Tengo la sensación de que después de aquella tarde no la vi más, y tengo la certeza de que nunca más la pude olvidar.

sábado, 10 de abril de 2010

Un horizonte romántico

Me despertó el sonido del libro derrapando entre mis dedos y me vi, en medio de un estado confuso de duermevela, como a una letra fuera de su texto. Mis pies vestían medias blancas ya gastadas y mi jean blanco merecía un lavado. Las manos doradas que sostenían el texto de Virginia Woolf se cruzaron y se escabulleron juntas debajo de mi cara, como yendo a buscar lo inexistente -¡bendito vicio!-: una protección que no estoy lista para dar.

No me es posible saber ahora qué fue lo último que leí antes de que el sueño abrazara la escena que me tenía, en una habitación a media luz, creyéndome consciente, tendida sobre mi cama abrigada. No puedo saberlo, pero me acerco a la idea de que pudo haber sido una canción que entonaba el relato: Mi corazón es un pájaro cantor / que tiene el nido en una rama regada; / Mi corazón es como un manzano/ De ramaje encorvado por tanto fruto; / Mi corazón es como una concha irisada/ Que boga en un mar sereno; / Mi corazón está más alegre que todos ellos/ Porque mi amor ha venido.

(No lo sé pero esta incerteza no me desespera. Se trata sólo de una muestra más de que la literatura es el mejor lugar al que van a parar las prácticas de las teorías y sus ciencias. Es que simplemente sé que voy a descubrir el enigma en el momento en que vuelva a remontar las páginas del libro y aparezca la sensación de haber estado ahí. Algo tan similar a lo que sucede con las experiencias, que hasta parece se tratara de una irónica velada).

Decía antes: el sueño me envolvió justo en el momento en que me creía consciente, en que estaba convencida, yo, de estar ejerciendo mi más alto rango de navegación mental, con un lápiz en la mano, atenta a encontrar verdades entre el texto. Pero después de aquello, pensé que tal vez nuestra consciencia no se rija necesariamente por estados que creemos elegir cuando silenciamos el teléfono celular, cerramos la computadora y calibramos –como un cocinero sus ingredientes- las luces de la habitación. Tal vez la luz, esa misma que puede ser otra, sea mucho más precisa cuando aparece sin que la evoquemos, desplegando ostentosa toda su libertad.

Un horizonte romántico. Estas tres palabras surgieron como un eco del derrape del libro entre mis manos. ¿Qué?, pensé. Pues, Un horizonte romántico, repetía algo, alguien, ¿yo? Y yo, la de ahora digamos, la que escribe, se preguntó: ¿cómo no lo pensé antes?

Allí mis manos, resignadas, allí mi pantalón, impúdico, allí mis medias raídas cobraron otro sentido. Allí mi cuerpo y su materia, allí alguien más que yo, la de ahora digamos, la que escribe, puso en tres palabras el sentido de mi confusión, el sentido de mi alboroto constante, de mi coletazo al tedio, de mi capacidad de girar el rumbo en inmediato y escupir sobre las cenizas, de mi meo de parada sobre la convención que atrae, disfrazada, la muy osada, de mi desesperación ante la eliminación de las palabras, de las rejas temporales, de amianto, que se erigen desde las sombras y se agolpan, en tanto, de frente ante la espuela de mi voz. En definitiva, de mi soplido a la niebla que se interpone a la construcción de horizontes románticos que varían en amor, viajes, libros, conversaciones, adolescencias sociales, sexo y no mucho más y que desbarrancan ¡y mutan! pero que son los únicos que me es posible considerar para sentir que en verdad voy saltando los cadáveres a mi alrededor, pateando las jeringas con anestesias sin vencimiento que dona la sociedad desde la guardia del hospital que nos ¿ayuda? a nacer.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Llueve

Hoy llueve y todo llueve. Llueve el cielo y llueve mi habitación. Me llueven persistentes los recuerdos del mar, del barrio y hasta me llueve la lluvia, porque en la lluvia también estabas vos. Me llueve el deseo y me llueve todo tu dolor, tan nuevo, tan reiterado, tan únicamente capaz en vos. Me llueve razón y me llueven los años que se clavan en el acantilado de quién ya no soy. Me llueve la contradicción. Me llueve la muerte, la dignidad y las palabras que ya no son tuyas, ni te tienen a vos. Lluevo a veces todavía cerca, lluevo a veces lejos. Como la peor de las mártires, salgo a estrujar una nube y vuelvo lloviendo cuando te olvido por un rato, sin resignación. ¿Es que la lluvia es del cielo? ¿O es acaso marrón? Llueve la repetición de obviedades que ya sé, porque también llueve alivio, llueve algún sabor. Llueve el frío de tu voz y llueven las mañanas de pancartas gastadas, de tostadas sin sabor, llueven los gatos blancos, llueve la música, tu piel, tus manos, la vibración, me llueve tu olor. Lluevo para siempre en el orgullo de nuestra ciencia ficción y lluevo en mis letras que aunque ya no leas siempre serán mi salvación. Llueve porque ya no te quiero, aunque te vaya amar toda la vida, aunque me digan que no. Llueve porque tal vez mi historia sea sólo mía, llueve porque tal vez no. Llueve porque siempre quedarán preguntas y lluevo ante esa celebración. Llueve fuerte, ahora mismo y lo veo desde la ventana, porque todo lo que alguna vez quise, murió entre mis brazos.

lunes, 15 de marzo de 2010

Distopía

No existe nada, como la identidad abolida.
Reconocerse en carteles que,
después de ayer,
son sólo abadía:
la deconstrucción, la distopía.

No existe nada como ver, un dia
-velo que se corre, nuevo telón que se da-,
la absurda idiotez
de nuestro poder analítico;
del componer estamentos,
ridículos,
y marcharle una plegaria
a la razón.
Ausente: pasión.

No existe nada como no hacer nada,
y andarse, con las manos arriba,
los hombros al son,
respondiendo -ya no a quién-
sólo al viento,
¿y ahora qué?

No existe nada, como reconocer,
que entre la teoría y la realidad,
surca un niño, un niño anciano,
de rojos ojos y estrás,
que se llama vida:
Vida Real.

lunes, 8 de marzo de 2010

Qué sea motivo

Ni machistas ni feministas ni fatales ni sometidas ni listas ni perdedoras ni reinas. Seamos personas, como nos guste ser.

martes, 23 de febrero de 2010

Ay, mamita, qué cagaso

El viento estremece la persiana de mi habitación y en ese momento en que levanta el agobio estival para llevarlo en andas, le pido en un ruego un poco más: unos días más de gracia. Le tengo miedo al invierno, señores, como si el frío que lo acompaña y el olor a poesía bohemia que regala fuera la montaña detrás de la montaña, y me encontrara yo, ahora, simplemente en un oasis que he de cruzar para llegar inevitablemente al otro lado. Definitivamente le temo al invierno. Sí, señores. Qué barbaridad. Y miren qué pesar el mío, les pido compasión, podría temerle a las arañas, a los animales o incluso al mar o a los chicos y resignarme a la posibilidad de salarme la piel y tener hijos, pero no, tengo la mala gracia de temer al invierno que llega todos los años, irreversiblemente, hasta la ciudad en que vivo, señores, como si fuera un aniversario desgraciado que, de hecho, ahora que pienso, tal vez es. Es que, señores, la pasé tan mal durante el último invierno, no saben, parecía un muerto vivo, diría ahora que soy una resucitada, señores. Si pudiera contarles, si acaso tuviera la habilidad suficiente para mostrarles las sensaciones que viví. Pero no, señores, miren que intenté de mil maneras contar la depresión tan horrenda que sufrí -ay, mamita- para que dejara de ahogarme y pasara a ser un cuento un relato qué se yo, algo que estuviera fuera de mí. Pero no pude, juro que lo intenté, señores, no vayan a creer de mí que quise igualarme en llanto a Ana Karenina o Madame Bovary, ni loca, señores, ni loca quiero sufrir así. No, no, cualquier cosa hubiera dado por liberarme de aquella guerra que libramos el señor invierno y yo. ¡Cómo perdí! Ni se imaginan, señores. Fue una batalla deshonesta y ahora que lo pienso es lógico: el invierno baja desde los Estados Unidos. Qué digo guerra, fue una invasión pecaminosa. Y eso que no creo en la religión, señores. Cómo sufrí, madre mía y diosito qué miedo que le tengo al invierno ahora. Señores, no se imaginan el otro día cuando salí a la calle y sentí una brisita que me hizo volver a buscar una camisa para abrigarme lo brazos. Ay, mamita, me planté en la calle un segundo con la mirada llena de odio y casi me meto en la ferretería de enfrente a buscar un ventilador para montar guardia. No se vayan a reír que esto que cuento es cierto, señores. Casi muero del recuerdo y me pregunto ahora si este invierno será muy largo. ¿Alguien consultó a un meteorólogo? Ay, mamita, que julepe que tengo, no se dan una idea, señores. Tanto que me guardé las vacaciones para abril, me voy a una playa del norte cosa de estirar el calorcito lo más posible, señores. ¡Ja! qué miedo tengo. El viento sigue moviendo mi persiana y yo sólo puedo preguntarme si esta vez las armas que me compré llegando la primavera, que andaban en liquidación, me servirán de algo. Es que si no, señores, ni les cuento la que me espera. Ay, mamita.

domingo, 21 de febrero de 2010

Expectativas

Odio las expectativas. O sea, no puedo con ellas. Siempre que alguien pone una expectativa sobre mí, me sobra la desgracia. Ojo, la expectativa no es el sueño, no es el proyecto; no hablo de los deseos que se cumplen si unos sólo los acaricia sin exigencias milicias. La expectativa es otra cosa, es más coyuntural y precisa, es esta idea de que te va a ir bien, vas a ver. Cada vez que me dicen eso, trago para adentro: “Oh, no”. Y lo peor es que como le temo tanto, finalmente no sé si soy yo o mi miedo o mi anticipo a la desgracia lo que finalmente acaba por acabar con todo. O sea, sólo una vez no fracasé en la expectativa, pero ese es otro tema que más bien se trató de amor. Decía que creo que sólo sortean de lujo las expectativas aquellos que se bancan la presión. O sea, imagino a un tenista: Coria seguramente cumple y re cumple cuando se le pone una expectativa encima. Pero yo, que simplemente me ando bien detrás de un monitor o hablando con el río, fracaso. O sea: me convierto en desilusión. O sea, nada peor para mí que que me digan que la pasamos tan lindo aquella vez que quiero repetirlo, o que yo puedo con tal o cual cosa. Oh, no. O sea, capaz sí podía, pero basta con que me lo digan para que me eche a fracasar. Será de Dios, digo, por favor ni pronuncies una expectativa porque me envenenás el porvenir. Te juro, será de Dios, o sea, que me haga falta estar librada al azar y que si en cambio alguien espera algo de mí yo me desarmo, como que me meo encima. O sea, no sé, pensaba en esto, mientras caminaba sin rumbo por mi barrio, sin ninguna expectativa...

jueves, 18 de febrero de 2010

Un sueño

Estoy en un pueblo conocido pero ajeno y la siesta -después de un baño de río- le ganó la pulseada a la escritura. Alguna intuición me dijo que no me recostara, pero esa no es la clase de intuición a la que le presto atención. Así fue que, después de debatirme entre las páginas de un libro, decidí cerrar los ojos y echarme a dormir. Me encontré con un sueño en el que un hombre se miraba al espejo y la imagen volvía en forma de caballo, siniestro; después, como una ardilla gatuna y, más tarde, como un sapo volador. El sapo: un genio. En sus palabras: la salvación. La ardilla era una molestia de esas que siempre están. Bueno, pobre de mi padre, le puse cola peluda. Ahora, el caballo era muy inescrupuloso. Andaba de a dos patas conmigo montada y cuando finalmente se decidía a cabalgar, normal, me pedía con un brazo imaginario que lo acariciara y yo, suelta ante su pedido, estiraba mi mano hasta su cabeza y en ese momento él, muy maquiavélico, me tomaba del brazo, con sus extremidades peludas, y me hacía caer por un pozo negro, oscuro, del que –por suerte- pude despertar. Mi intuición me pidió que le prestara atención al sueño. Me pidió, así como lo escribo. Y yo la verdad que todavía no sé qué hacer con él más que postearlo, tal cual lo recuerdo, porque da la casualidad que, justamente, el caballo es mi corcel favorito.

domingo, 14 de febrero de 2010

No me dejes sola

Que te ofrendas cual bálsamo,
que extraño cuando encoges tus raíces
y estiras tus ramas,
hacia el otro lado del río.

Que abrazas y tranquilizas mis veleidades,
¿por qué llegas tan extraña hasta mí?
Si otros blasfeman de ti,
las más horrendas crueldades:
te creen capaz de martirios apocalípticos,
apuntan tu mote,
como se le teme a un monstruo jamás despertado.

¿Por qué será que eres, para mí,
la mayor de las calmas?

Oh, Soledad,
¿por qué te me inclinas con una mano tendida
y guardas para otros la diestra corta,
sobre tu cintura, asomando por detrás?

Oh, Soledad, aquí mi súplica,
apelando a tu bondad:
nunca me dejes sola.

lunes, 8 de febrero de 2010

De penas y de glorias

Nos vamos haciendo grandes, de la forma en que se hacen grandes sólo los hombres. Con ese sentido entendido y esas escenas pasadas que nos glorifican sólo ante nosotros mismos. Y nos volvemos vulnerables por experiencia, porque supimos caernos desde la brillantez de nuestra inocencia, un día, y aplastarnos contra el piso y llorar flujos desesperados contra él; no entender por qué caímos, dónde estamos si antes éramos tan así: tan super –poderosamente vírgenes. Y ahora nos reunimos quedos, con pasos algo más firmes, seguros de querer estar pero con más miedos. Llenos de miedos que se notan cuando afloramos nuestros hombros, levantamos nuestro mentón y miramos alrededor, atentos, escudriñando posibilidades ¡no vaya a ser cosa que otra vez el golpe nos agarre desprevenidos! Y todo, a pesar de que en el fondo sabemos que ya nunca más estaremos fuera de guardia. Puede volver, va a volver, pero lo veremos llegar y seremos capaces de agazaparnos y tomar las armas. La lucha está perdida, pero será dada. Y en cada batalla derrocaremos algunas de sus sombras para que cada vez queden menos, y libraremos la guerra en el terreno que mejor elijamos. El mío será frente a las letras, el tuyo, en la soledad de aguas tibias. No somos los mismos, pero ya pudimos despedirnos.

sábado, 6 de febrero de 2010

Poesía

domingo, 24 de enero de 2010

¿De qué hablamos?

-¿Qué creés de nuestra edad? –le pregunté y Claudia me miró como si esa interpelación directa que nos sacaba de nuestro lugar habitual de "mujeres de", la ubicara en punto inicial peligroso.
Pablo interrumpió nervioso:
- No, Indiana –dijo entre risas falsas- no les vas a venir a los chicos con nuestra locura del complejo de edad.
- ¿Desde cuándo te parece una locura?
- Yo creo que es una hermosa edad porque estamos jóvenes y llenas de experiencia –dijo Claudia. Finalmente.
-Ah, ¿sí? ¿Tuviste experiencias sexuales con muchos hombres? –le pregunté y sentí la pierna de Pablo golpear contra la mía por debajo de la mesa.
-Tendrías que definirme qué es mucho -me replicó Claudia y su escapatoria en postura combativa, después de tantas que había tenido durante toda la noche, me molestó. Desde hacía tiempo detestaba a las mujeres que no se ponían de parte de las mujeres. Por qué no había podido contestarme que sí, que por suerte sí había conocido a muchos hombres hasta llegar a Leandro, o que no, que había perdido el tiempo obsesionándose con la fotografía, en lugar de aprender más de los hombres; o que había probado de todo, incluso mujeres. Cualquiera de esas respuestas hubiera sido la indicada si la suya se hubiera tratado de una postura real. Pero con esa respuesta había dejado en claro que no, que sólo era víctima de un débil intento por abolir el impostergable paso del tiempo, haciéndose la cool.
-¿Te acostaste con más de veinte hombres?
-Indiana, tal vez no sea una pregunta que Claudia quiera contestar delante de Leandro, mejor se la hacés otro día por teléfono –interrumpió Pablo.
-Es que nosotras no hablamos por teléfono.
-Puedo contestar, Pablo, no te preocupes –se adelantó Claudia -. Me acosté con más de cuarenta tipos, como con cuarenta y cuatro, si el cálculo que hicimos con Leandro en la cama el otro día no me falló.
-Bien, sos de las mías, entonces. Yo en el año que esperé que Pablo se dignara a cogerme, me acosté como con veinte, y ahí superé los cuarenta.
-Qué bien chicas, parece que las revelaciones se van a volver interesantes –se rió Leandro y llenó de vino las copas de los cuatro.
- Así que la tuviste un año esperando –preguntó Claudia pero antes de que pudiera contestar, Pablo dijo: -No creo que la historia haya sido así.
-Vos porque no viste cómo me masturbaba cada vez que te veía salir del lobby de mi edificio… creo que llegaba al departamento al borde del orgasmo.
Un silencio encantador se apoderó del lugar. Tomé un trago y señalé un cuadro que Claudia y Leandro habían colgado del techo.
-¿Ves, Pablo? Siempre te digo: sos un ganador –Leandro rompió el silencio.
-Bueno, vos podrías haberlo hecho subir directamente para que te coja, ¿o sos de las que creen que si el hombre no da el primer paso entonces la mujer tiene que esperar? –con ese comentario, Claudia no me dejaba más dudas acerca de su ficticia realidad. No podía entender cómo Leandro estaba con ella, él, tan sencillo y relajado, tan buen mozo, con ella, que era una absoluta mentira, el cliché de la chica superada, segura, moderna y claro, tenía que dar la nota, decir que ella no espera, que ella propone, hace, seduce, es independiente, valiente.
- ¿Vos lo decís porque te considerás un caso éxito después de haber encerrado a Leandro en el baño de esa fiesta hasta que te lo cogiste de parada, mientras su novia de entonces -que además era tu amiga, ¿no?- conversaba tranquila?
- Basta, Indiana –se alarmó Pablo.
- No, lo digo bien. Me parece una actitud muy valiente, muy femenina y moderna cagarse en las demás mujeres.
-No soy feminista, no me interesa el feminismo, voy detrás de mi deseo y no me cagué en nadie, era algo que tenía que pasar entre nosotros dos, sino mirá –replicó con tono apesadumbrado, como si el sólo hecho de seguir con Leandro la salvara de ser una hija de puta sin códigos.
-Es cierto, me encanta que estén juntos –levanté la copa y propuse un brindis por la amistad, el deseo y el destino.

sábado, 16 de enero de 2010

Catarsis en borrador: entre el deseo, la razón y las posibilidades

Dicen que cuando una mujer está preocupada por quedar embarazada (sea que esté buscando un hijo o sea que la sola idea de tenerlo le representa un problema), empieza a ver a otras mujeres con panza por todos lados: en el supermercado, por la calle, en la mesa de al lado en un restaurante. Supongo que es posible que esta constante que aparece, en verdad responda a que los hombres (como especie, digo) le prestamos atención a aquellas cosas que nos preocupan, u ocupan, y que la cantidad de mujeres embarazadas con las que nos cruzamos es siempre la misma, sólo que a veces las miramos, y otras no.

Estos últimos meses me encontré frente a distintos análisis acerca de un tema sobre el que reflexiono casi más de lo que pienso en comer, y es la escritura. Sucede que me lancé a la pretenciosa aventura de narrar una historia. Y, a partir de ahí, las notas sobre cómo escriben los escritores, sobre la importancia de la disciplina, sobre los borradores, el peso de la lectura, la obsesión del detalle o la fuerza de la tinta viva sin corrección se aparecen ante mí y yo, cada vez, hinco mis ojos al monitor y me lanzo, más que a leer, a devorar.

Una persona que amo, hace poco me preguntó: “¿Vivís como pensás, o pensás como vivís?” Y aunque quisiera contestarle con soltura que acomodo mi vida en función de cómo la pienso -por más de que esa vida que elijo sea en base a un camino duro- todavía no me animo a hacerlo: creo que estaría siendo hipócrita. Por otro lado, un amigo más grande, un escritor a quien escucho mucho, otra vez me dijo: “El ego lo destruye todo, si hacés las cosas para que te las reconozcan, te volvés un esclavo.” Y, del mismo modo, tampoco pude decirle que sí, que estaba tan de acuerdo con su idea y que soy tan fuerte en mis decisiones, que conseguí eliminar mi ego absolutamente.

Pero aunque no me resigno, porque insisto en intentar ser mejor que yo, me encuentro en esta aventura de escribir con un debate interno que me lleva desde la racionalización absoluta hasta la verdad de las emociones. No puedo creerme escritora -¡el universo me libre de semejante encasillamiento soberbiamente erróneo!-, pero sería necio y falsamente humilde decir que no me interesa publicar lo que escribo, o algún día poder describir yo misma los síntomas que mis manías dejaron como huella; es decir: quiero ser escritora. Y, sin embargo, al mismo tiempo estoy convencida de que nada bueno sale de esta idea de perseguir el Ser como premisa.
También asumo: abro libros e investigo a qué edad el escritor publicó por primera vez; pienso qué hizo ese hombre o mujer antes de dedicarse íntegramente a escribir y evalúo mi vida (¡por Dios, qué ego tengo en verdad!): me pregunto si hacer trabajo de prensa de moda será digno de un escritor. Creo que no y busco anestesiarme mirando el documental de Bukowski y sus miles de años trabajando en un correo.

Hasta acá mis contradicciones y más acá, en éste párrafo, un miedo y una certeza: sé –como si se tratara de un mensaje enviado con remitente de futuro-, que esta vez terminaré de escribir la historia que empecé. Pero esta certeza me llena de un miedo inmenso y es descubrir que lo único que me importa hacer, la única actividad con la que pude alcanzar cierta disciplina, la única que me regala la ilusión de que hay algo en esta vida que puedo hacer (porque les juro que no hay ninguna otra cosa que salga de mí que sea completa y buena), acabe por ser rechazada y esa esperanza con la que vivo quede mutilada y, detrás de su muerte, deje un espacio vacío que -aquí otra certeza-, seré incapaz de llenar.

domingo, 10 de enero de 2010

Un uruguayo en Rusia

Salí a recorrer la ciudad. Me despedí del conserje que me invitó con una copa de vodka y crucé la puerta del hotel. Caminé hasta la Plaza Roja, visité la Catedral de San Basilio, contemplé sus cúpulas de colores y pensé en aquellos viajes que nunca había hecho, en las aventuras de las que me creía capaz pero hacia las que jamás me había lanzado. Pasé unas horas caminando envuelta en esa sensación de libertad que sólo se alcanza en soledad y decidí hacer un último paso por el Museo Nacional de Historia.

No bien entré escuché un quejido y giré para ver: una mujer rubia, probablemente alemana, discutía con un hombre, probablemente argentino o uruguayo. No logré entender lo que decían, pero noté en ella una actitud de reclamo y, en él, sólo despreocupación.

La escena era brutal y se llevaba la atención de todos los que pasaban por ahí, iuncluso la mía, que sólo se dispersó cuando un señor algo mayor me preguntó si era noruega.

- ¿A qué vino?
- Estoy acompañando a mi novio que está dando una conferencia literaria.
- ¿Usted es escritora?
-No, pero parece que tengo cara de noruega –le contesté.
-No creo que de noruega, más bien de curiosa –dijo alguien por encima de mi hombro. Lo reconocí inmediatamente: era el chico probablemente argentino o uruguayo que discutía con la alemana.
-¿Sos argentino? –le pregunté.
-No, soy uruguayo -me respondío-. Ustedes los argentinos siempre creen que somos argentinos.
-Tal vez sólo se trate de que somos más y eso agrega posibilidades.

Me respondió algo referido al ego que ignoré. En cambio preferí aceptar su invitación a almorzar a un lugar que, según dijo, era la perdición de la gula. Tomamos sopas, comimos empanadas y me hizo probar decenas de blinis. Pasamos tres horas en el restaurante y cuando llegó el momento de pagar la cuenta, me dijo que no me preocupara, que era el dueño del lugar.

Me llevó a conocer la cocina y sugirió que fuéramos a caminar. Acepté. De camino le pregunté su nombre y él, en lugar de responder, me preguntó cuándo me iba. Mañana, le mentí. Entonces -dijo- lo mejor es que siga siendo un uruguayo en Rusia.

Caminamos por las calles circulares de Moscú y finalmente nos sentamos en el banco de una plaza muy chica. Me preguntó a qué me dedicaba. Le conté que mi trabajo era simplemente un medio, que amaba la literatura, y, en consecuencia, a Rusia. Me dijo que no conocía a muchos autores rusos, y le dije que debía bastarle con saber que Tolstói había nacido ahí. El no leía -me contó- y entonces yo me pregunté, y le hice saber, qué hace alguien que no lee durante su tiempo libre.

-Tengo sexo, supongo.

Terminamos de coger más tarde de lo que había previsto buscar a Pablo a la sala de conferencias. Le pregunté por algún barrio alejado en el que hubiera algún atractivo interesante.
-Podés inventar que te perdiste paseando por el Laura de la Trinidad-San-Sergio, en Sérgiev Posad.
Asentí. Y salí.

domingo, 3 de enero de 2010

Frac

Dime que seré capaz de expresar con libertad; cuéntame que en esta ciudad en que vivo, el amor no estará corrompido, como los hombres en frac; asegúrame que el río jamás callará, es que si acaso algo de esto sucede, estaré perdida: mi voz se volverá espina sin eco, y sin eco, como cuando el amor no retumba, la vida se envuelve en frac.

Amigos de por acá. Les deseo un año más sorprendente que el que esperan, con más alegrías que dolores (y que éstos, cuando aparezcan, sean maestros). Les deseo amor para que haya magia. Y brindo por otro año de letras más. Les dejo un poema que leí hoy:

Así que quieres ser escritor, ¿eh?, de Charles Bukowskisi


si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobre la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por dinero
o la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama,
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes,
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes
si quieres escribir como algún otro,
olvídalo.
si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti como un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quien
quiera que sea,
no estás preparado.
no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y pretencioso,
no te dejes consumir por el narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores,
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te abrase las
entrañas,
ni lo intentes.
cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por sí mismo
y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti
no hay otra manera
ni la hubo nunca.