domingo, 24 de enero de 2010

¿De qué hablamos?

-¿Qué creés de nuestra edad? –le pregunté y Claudia me miró como si esa interpelación directa que nos sacaba de nuestro lugar habitual de "mujeres de", la ubicara en punto inicial peligroso.
Pablo interrumpió nervioso:
- No, Indiana –dijo entre risas falsas- no les vas a venir a los chicos con nuestra locura del complejo de edad.
- ¿Desde cuándo te parece una locura?
- Yo creo que es una hermosa edad porque estamos jóvenes y llenas de experiencia –dijo Claudia. Finalmente.
-Ah, ¿sí? ¿Tuviste experiencias sexuales con muchos hombres? –le pregunté y sentí la pierna de Pablo golpear contra la mía por debajo de la mesa.
-Tendrías que definirme qué es mucho -me replicó Claudia y su escapatoria en postura combativa, después de tantas que había tenido durante toda la noche, me molestó. Desde hacía tiempo detestaba a las mujeres que no se ponían de parte de las mujeres. Por qué no había podido contestarme que sí, que por suerte sí había conocido a muchos hombres hasta llegar a Leandro, o que no, que había perdido el tiempo obsesionándose con la fotografía, en lugar de aprender más de los hombres; o que había probado de todo, incluso mujeres. Cualquiera de esas respuestas hubiera sido la indicada si la suya se hubiera tratado de una postura real. Pero con esa respuesta había dejado en claro que no, que sólo era víctima de un débil intento por abolir el impostergable paso del tiempo, haciéndose la cool.
-¿Te acostaste con más de veinte hombres?
-Indiana, tal vez no sea una pregunta que Claudia quiera contestar delante de Leandro, mejor se la hacés otro día por teléfono –interrumpió Pablo.
-Es que nosotras no hablamos por teléfono.
-Puedo contestar, Pablo, no te preocupes –se adelantó Claudia -. Me acosté con más de cuarenta tipos, como con cuarenta y cuatro, si el cálculo que hicimos con Leandro en la cama el otro día no me falló.
-Bien, sos de las mías, entonces. Yo en el año que esperé que Pablo se dignara a cogerme, me acosté como con veinte, y ahí superé los cuarenta.
-Qué bien chicas, parece que las revelaciones se van a volver interesantes –se rió Leandro y llenó de vino las copas de los cuatro.
- Así que la tuviste un año esperando –preguntó Claudia pero antes de que pudiera contestar, Pablo dijo: -No creo que la historia haya sido así.
-Vos porque no viste cómo me masturbaba cada vez que te veía salir del lobby de mi edificio… creo que llegaba al departamento al borde del orgasmo.
Un silencio encantador se apoderó del lugar. Tomé un trago y señalé un cuadro que Claudia y Leandro habían colgado del techo.
-¿Ves, Pablo? Siempre te digo: sos un ganador –Leandro rompió el silencio.
-Bueno, vos podrías haberlo hecho subir directamente para que te coja, ¿o sos de las que creen que si el hombre no da el primer paso entonces la mujer tiene que esperar? –con ese comentario, Claudia no me dejaba más dudas acerca de su ficticia realidad. No podía entender cómo Leandro estaba con ella, él, tan sencillo y relajado, tan buen mozo, con ella, que era una absoluta mentira, el cliché de la chica superada, segura, moderna y claro, tenía que dar la nota, decir que ella no espera, que ella propone, hace, seduce, es independiente, valiente.
- ¿Vos lo decís porque te considerás un caso éxito después de haber encerrado a Leandro en el baño de esa fiesta hasta que te lo cogiste de parada, mientras su novia de entonces -que además era tu amiga, ¿no?- conversaba tranquila?
- Basta, Indiana –se alarmó Pablo.
- No, lo digo bien. Me parece una actitud muy valiente, muy femenina y moderna cagarse en las demás mujeres.
-No soy feminista, no me interesa el feminismo, voy detrás de mi deseo y no me cagué en nadie, era algo que tenía que pasar entre nosotros dos, sino mirá –replicó con tono apesadumbrado, como si el sólo hecho de seguir con Leandro la salvara de ser una hija de puta sin códigos.
-Es cierto, me encanta que estén juntos –levanté la copa y propuse un brindis por la amistad, el deseo y el destino.

sábado, 16 de enero de 2010

Catarsis en borrador: entre el deseo, la razón y las posibilidades

Dicen que cuando una mujer está preocupada por quedar embarazada (sea que esté buscando un hijo o sea que la sola idea de tenerlo le representa un problema), empieza a ver a otras mujeres con panza por todos lados: en el supermercado, por la calle, en la mesa de al lado en un restaurante. Supongo que es posible que esta constante que aparece, en verdad responda a que los hombres (como especie, digo) le prestamos atención a aquellas cosas que nos preocupan, u ocupan, y que la cantidad de mujeres embarazadas con las que nos cruzamos es siempre la misma, sólo que a veces las miramos, y otras no.

Estos últimos meses me encontré frente a distintos análisis acerca de un tema sobre el que reflexiono casi más de lo que pienso en comer, y es la escritura. Sucede que me lancé a la pretenciosa aventura de narrar una historia. Y, a partir de ahí, las notas sobre cómo escriben los escritores, sobre la importancia de la disciplina, sobre los borradores, el peso de la lectura, la obsesión del detalle o la fuerza de la tinta viva sin corrección se aparecen ante mí y yo, cada vez, hinco mis ojos al monitor y me lanzo, más que a leer, a devorar.

Una persona que amo, hace poco me preguntó: “¿Vivís como pensás, o pensás como vivís?” Y aunque quisiera contestarle con soltura que acomodo mi vida en función de cómo la pienso -por más de que esa vida que elijo sea en base a un camino duro- todavía no me animo a hacerlo: creo que estaría siendo hipócrita. Por otro lado, un amigo más grande, un escritor a quien escucho mucho, otra vez me dijo: “El ego lo destruye todo, si hacés las cosas para que te las reconozcan, te volvés un esclavo.” Y, del mismo modo, tampoco pude decirle que sí, que estaba tan de acuerdo con su idea y que soy tan fuerte en mis decisiones, que conseguí eliminar mi ego absolutamente.

Pero aunque no me resigno, porque insisto en intentar ser mejor que yo, me encuentro en esta aventura de escribir con un debate interno que me lleva desde la racionalización absoluta hasta la verdad de las emociones. No puedo creerme escritora -¡el universo me libre de semejante encasillamiento soberbiamente erróneo!-, pero sería necio y falsamente humilde decir que no me interesa publicar lo que escribo, o algún día poder describir yo misma los síntomas que mis manías dejaron como huella; es decir: quiero ser escritora. Y, sin embargo, al mismo tiempo estoy convencida de que nada bueno sale de esta idea de perseguir el Ser como premisa.
También asumo: abro libros e investigo a qué edad el escritor publicó por primera vez; pienso qué hizo ese hombre o mujer antes de dedicarse íntegramente a escribir y evalúo mi vida (¡por Dios, qué ego tengo en verdad!): me pregunto si hacer trabajo de prensa de moda será digno de un escritor. Creo que no y busco anestesiarme mirando el documental de Bukowski y sus miles de años trabajando en un correo.

Hasta acá mis contradicciones y más acá, en éste párrafo, un miedo y una certeza: sé –como si se tratara de un mensaje enviado con remitente de futuro-, que esta vez terminaré de escribir la historia que empecé. Pero esta certeza me llena de un miedo inmenso y es descubrir que lo único que me importa hacer, la única actividad con la que pude alcanzar cierta disciplina, la única que me regala la ilusión de que hay algo en esta vida que puedo hacer (porque les juro que no hay ninguna otra cosa que salga de mí que sea completa y buena), acabe por ser rechazada y esa esperanza con la que vivo quede mutilada y, detrás de su muerte, deje un espacio vacío que -aquí otra certeza-, seré incapaz de llenar.

domingo, 10 de enero de 2010

Un uruguayo en Rusia

Salí a recorrer la ciudad. Me despedí del conserje que me invitó con una copa de vodka y crucé la puerta del hotel. Caminé hasta la Plaza Roja, visité la Catedral de San Basilio, contemplé sus cúpulas de colores y pensé en aquellos viajes que nunca había hecho, en las aventuras de las que me creía capaz pero hacia las que jamás me había lanzado. Pasé unas horas caminando envuelta en esa sensación de libertad que sólo se alcanza en soledad y decidí hacer un último paso por el Museo Nacional de Historia.

No bien entré escuché un quejido y giré para ver: una mujer rubia, probablemente alemana, discutía con un hombre, probablemente argentino o uruguayo. No logré entender lo que decían, pero noté en ella una actitud de reclamo y, en él, sólo despreocupación.

La escena era brutal y se llevaba la atención de todos los que pasaban por ahí, iuncluso la mía, que sólo se dispersó cuando un señor algo mayor me preguntó si era noruega.

- ¿A qué vino?
- Estoy acompañando a mi novio que está dando una conferencia literaria.
- ¿Usted es escritora?
-No, pero parece que tengo cara de noruega –le contesté.
-No creo que de noruega, más bien de curiosa –dijo alguien por encima de mi hombro. Lo reconocí inmediatamente: era el chico probablemente argentino o uruguayo que discutía con la alemana.
-¿Sos argentino? –le pregunté.
-No, soy uruguayo -me respondío-. Ustedes los argentinos siempre creen que somos argentinos.
-Tal vez sólo se trate de que somos más y eso agrega posibilidades.

Me respondió algo referido al ego que ignoré. En cambio preferí aceptar su invitación a almorzar a un lugar que, según dijo, era la perdición de la gula. Tomamos sopas, comimos empanadas y me hizo probar decenas de blinis. Pasamos tres horas en el restaurante y cuando llegó el momento de pagar la cuenta, me dijo que no me preocupara, que era el dueño del lugar.

Me llevó a conocer la cocina y sugirió que fuéramos a caminar. Acepté. De camino le pregunté su nombre y él, en lugar de responder, me preguntó cuándo me iba. Mañana, le mentí. Entonces -dijo- lo mejor es que siga siendo un uruguayo en Rusia.

Caminamos por las calles circulares de Moscú y finalmente nos sentamos en el banco de una plaza muy chica. Me preguntó a qué me dedicaba. Le conté que mi trabajo era simplemente un medio, que amaba la literatura, y, en consecuencia, a Rusia. Me dijo que no conocía a muchos autores rusos, y le dije que debía bastarle con saber que Tolstói había nacido ahí. El no leía -me contó- y entonces yo me pregunté, y le hice saber, qué hace alguien que no lee durante su tiempo libre.

-Tengo sexo, supongo.

Terminamos de coger más tarde de lo que había previsto buscar a Pablo a la sala de conferencias. Le pregunté por algún barrio alejado en el que hubiera algún atractivo interesante.
-Podés inventar que te perdiste paseando por el Laura de la Trinidad-San-Sergio, en Sérgiev Posad.
Asentí. Y salí.

domingo, 3 de enero de 2010

Frac

Dime que seré capaz de expresar con libertad; cuéntame que en esta ciudad en que vivo, el amor no estará corrompido, como los hombres en frac; asegúrame que el río jamás callará, es que si acaso algo de esto sucede, estaré perdida: mi voz se volverá espina sin eco, y sin eco, como cuando el amor no retumba, la vida se envuelve en frac.

Amigos de por acá. Les deseo un año más sorprendente que el que esperan, con más alegrías que dolores (y que éstos, cuando aparezcan, sean maestros). Les deseo amor para que haya magia. Y brindo por otro año de letras más. Les dejo un poema que leí hoy:

Así que quieres ser escritor, ¿eh?, de Charles Bukowskisi


si no brota de ti a borbotones
a pesar de todo,
ni lo intentes.
a menos que te salga por voluntad propia
del corazón y la mente y la boca
y las entrañas,
ni lo intentes.
si tienes que permanecer horas sentado
mirando la pantalla del ordenador
o encorvado sobre la
máquina de escribir
en busca de palabras,
ni lo intentes.
si lo haces por dinero
o la fama,
ni lo intentes.
si lo haces porque quieres
mujeres en la cama,
ni lo intentes.
si tienes que sentarte y
rehacerlo una y otra vez,
ni lo intentes,
si sólo pensar en ello ya te cuesta trabajo,
ni lo intentes
si quieres escribir como algún otro,
olvídalo.
si tienes que esperar a que salga de ti
con un rugido,
entonces espera tranquilo.
si no llega a salir de ti como un rugido,
dedícate a otra cosa.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quien
quiera que sea,
no estás preparado.
no seas como tantos otros escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman escritores,
no seas soso, aburrido y pretencioso,
no te dejes consumir por el narcisismo.
las bibliotecas del mundo
se han dormido de aburrimiento
con los de tu calaña.
no lo empeores,
ni lo intentes.
a menos que te salga
del alma como un cohete,
a menos que creas que la inactividad
te llevaría a la locura o
al suicidio o al asesinato,
ni lo intentes.
a menos que el sol en tu interior te abrase las
entrañas,
ni lo intentes.
cuando de veras sea la hora,
y si estás entre los escogidos,
cobrará vida por sí mismo
y seguirá cobrándola
hasta que mueras o muera
en ti
no hay otra manera
ni la hubo nunca.