miércoles, 14 de diciembre de 2011

Recuerdos

La angustia volvió a Carmela. Está lloviendo. Llueve igual que aquel día de diciembre en que las gotas compactas como caramelos cristal parecieron salvar su vida. Moría de calor, o de frío, entre esos brazos que apretaban sus senos. La delicia de la angustia está otra vez para recordarle que el pasado no existe, que lo que fue está en el presente. La convivencia con la historia es el talón de Aquiles del New Age y de ella y de todos los demás que jamás podrán dejar de haber sido. El olor a tierra abre sus orificios y quiere escupir el cuerpo por la boca. Lo odia. Puede ver su vientre aplastado contra su cara de nena. Blanca, Carmela reza. No quiere recordar ya aquella pelea por espantar el arrebato jadeante del hombre susurrando incongruencias mientras ella, empastada de asco, balbucea algo que procure el final. Carmela quiere tomar el té, comer galletitas de avena miel y pasas y sin embargo, vuelve. Sigue escupiendo. Teje para los pobres porque, la verdad es, le teme el karma. Teje con fuerza, apretando los puntos, arruinando la belleza del tejido como cada vez que recuerda las gotas inundando aquel pozo, ahogándolo. Carmela tiene sed, siempre tiene sed y es por ese dato objetivo que cree que la subjetividad es una ironía. Sabe que no es ella, ni fue él, un miembro subjetivo del planeta. Lo que sucede, no siempre conviene. Lo que sucede, simplemente, significa. Carmela camina hasta la cocina y toma una jarra. Está llena de burbujas. La jarra, ella y la tierra afuera. Bebe un vaso. Bebe otro. Bebe cuatro vasos de agua y vuelve al living. Ni la televisión ni el tejido quitan de encima la cara de aquel hombre que parecía muerto antes de estarlo, cuando, sedado, se hundía en un rincón de su jardín. Esa tarde de verano quiso que lloviera más. No le importaron, siquiera, sus zapatos de taco marrón. Deseaba ver el pozo rebalsar, deseaba no volver a ver aquellas nalgas de triple pliego caminar sudorosas hacia el baño. Mira por la ventana. Le pide a una mosca posada entre la puerta y el mosquitero que vuele. Pero la mosca sigue ahí, igual que ella, resguardándose de la tormenta; le pide a la lluvia que pare. Pero la lluvia es una cascada de monedas. De pronto son dos las moscas sobre el mosquitero y ella les dice que no quiere acordarse más. Por favor, quiten a la lluvia. Pero en su casa de campo, nadie la escucha. Las moscas copulan, hermosas. Carmela las mira, les pide perdón y golpea la ventana. Las moscas vuelan. Gira veloz para ver el living detrás de sí. Sigue sola. Vuelve a mirar a través la ventana. Muda, patea el zócalo, se sienta en el piso y entonces escucha a alguien que parece venir de su propio cuerpo, decir que lo que pasa, Carmela, es que el recuerdo es la consecuencia principal de vivir.

martes, 13 de diciembre de 2011

Reseñas recomendadas

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Orhan-Pamuk-Museo-inocencia_0_603539758.html

-Cuando uno relee una novela...bueno, primero te das cuenta de que son, por ejemplo, ochocientas páginas. En una segunda lectura, tal vez relees sólo unas cuantas de esas páginas. Y te vas dando cuenta de que la mayoría de las cosas que lees en una novela te las olvidas. Pero te quedas con una impresión. La alegría. El gozo. La sensación de descubrimiento que esa novela te dio. Muchos de los detalles se olvidan. La segunda vez que lees la novela prestas atención a otros detalles. La primera vez estás atento a lo que va a pasar, a quién se va a casar con quién. En cuanto uno más lee una novela más le presta atención a las cosas finas. Por ejemplo, el bolso pequeño rojo que Anna Karenina lleva con ella al principio de la novela o al fin de la novela cuando está a punto de suicidarse. Releer es ver cosas diferentes cada vez. Y, por supuesto, somos felices cuando vemos y encontramos estas cosas. Comenzamos a hablar con el libro. Me importa mucho la relectura porque redescubro el libro pero también porque me doy cuenta de cómo yo también he cambiado. En mi juventud leía como un animal hambriento que se devoraba todo. Sólo para tener una idea de lo que estaba pasando en el mundo. Ahora, más tarde en la vida, leo más lento y le presto atención a detalles mínimos, pequeñas coincidencias; le presto más atención a objetos y colores.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Un hombre

Menos me seduce tu inteligente manera de explicármelo todo, que tu deseo por conocer mi opinión. No es tanto que me vuelvan tierna tus caricias dominantes, son más bien tus ojos, cerrados, mirándome así. No son ni tus certezas, ni tu compañía tándem distante y cercana; avasallante, imperativa y comprensiva, lo que me conquista de vos. No. Es mucho más tu risa cuando perdés. No son ni tus sorpresas, ni es tu convicción; no es la corona con la que me corres lo que me lleva a tu cama cada noche... incluso esta noche. Es, en todo caso, la inevitable elección. No era el lugar, no era el momento. No estábamos de acuerdo ni con tu pragmatismo ni con mi devoción. Eramos vos, yo y esta felicidad. Te lo digo a vos, que podrías ser el hombre ideal para cualquier mujer. Y, sin embargo, lo fuiste para mí.

sábado, 5 de noviembre de 2011

En busca de lo irreversible

La idea de la pareja intelectual está terminada. Hay un hombre que no conoce a Bukowski durmiendo en mi cama, y creo que ayer me dejó embarazada. Creo que tengo un hijo en el vientre y creo que es mujer. Todo lo que no soy es historia. El suicidio ya no me parece una opción, tampoco el aborto. Son ese tipo de decisiones que se pueden tomar antes de los 25. Después pasan a ser determinaciones cobardes y desalineadas. Y en eso sí tengo congruencia: no soy cobarde ni quería serlo.

Corro su pierna de encima de mi panza y lo empujo hacia el otro lado de la cama. Salgo del rulo de las sábanas y escucho que me llama. No tengo ganas de responder así que no lo hago. Sé que tengo que hacerme cargo de él, incluso más que de la china que se acomoda adentro como si este cuerpo que habita esta casa fuera un lugar seguro. Intento desenroscar un tarro de jalea de membrillo. Pongo agua a calentar y me apoyo de espaldas contra la mesada, dispuesta a pensar en qué hacer. Y sin embargo solo puedo pensar en que no entiendo por qué cierran tan fuerte los frascos y recuerdo: es por ese tipo de situaciones que a veces pienso en que quiero un hombre como el que duerme en mi cama, que arregla mi auto, pone estantes y me dice entre risas: “No tomes más, hermosa”.

Estoy segura de que si voy y lo despierto y le pido que abra el maldito frasco, él lo va a hacer. Y además va a exprimir las naranjas. Porque él me ama hasta ese punto tan doloroso y puto del amor de saber y aceptar que, sin embargo, yo a veces lo elijo.

Y tenemos piel. Realmente tengo ganas de cogérmelo casi todo el tiempo. Y lo hacemos y él es generoso: jamás termina sin mí. Y si no puedo, él tampoco quiere. Le insisto en que está bien que él goce y que yo después porque eso sí puedo prometerle: nos vamos a volver a ver.

Lu dice que tengo suerte de que me quiera tanto. Yo digo que suerte es otra cosa. Yo que pensaba en un hombre sentado al lado de un hogar, leyendo Pynchon, masturbándose delante mío mientras escribo mi obra maestra. ¿Y ahora qué hago con la negación que me sostenía?, me pregunto y Dios mío, al menos consigo abrir ese frasco.

Entonces saco pan, lo pongo en la tostadora; bajo la intensidad del fuego y silbo. Debería ser más romántica, pienso. Salgo. Compro cereales. Lu dice que tengo que hacer el esfuerzo. Pero yo no era de las que hacen esfuerzos. No creía ni en esfuerzos ni en merecimientos. Pero vuelvo. Preparo el mate, acomodo la bandeja. Dejo el desayuno sobre la mesa del televisor, corro las sábanas y lo miro. No me gusta, pienso. Y lo miro. Tiene ese lunar, y lo miro, aunque tal vez algo lo quiero, y lo miro. Mirar mirar mirar, querer... El me ama y Lu dice y lo que Lu dice me hace mirarlo y sí, lo quiero. Lo destierro de su inconsciencia y le pido que entre, que no piense. Y acaba, otra vez, adentro mío. Otra vez, ya sin preguntar. Faltaba que no me tuviera tanto respeto y me dejara mirarlo para descubrir que lo irreversible estaba, ya, del otro lado. "Fran: estoy embarazada".

domingo, 2 de octubre de 2011

Desovar

Te suelto

Y empujo

Como la montaña a la roca.

Te lloro

Y expulso

Como las nubes al pasado.

Te pienso

Y veo

A un hombre imperfecto,

Al seductor que golpea a la mujer que lo mira.

(El vaciador de mi tesoro:

el vaciador de las palabras).


Te silencio

Y abandono,

En mi tumba de los sábados,

Como al libro inentendido,

Sobre la mesa de dormir.

(¡Estábamos llenos de años

ya

para descuidar la ilusión!)


Te acompaño

Y libero,

Como el tortugo a su tortuga

Antes de parir.

Voy como ella a desovar

En la costa en que nací.

(Hoy ya no te elijo.

-Hoy-

Morí.

-Hoy-

Vive alguien más).

jueves, 11 de agosto de 2011

Ellos

Me gustan los hombres que se obsesionan con la piel. Que juegan con sus yemas. Es que son ellos quienes despiertan mi feminidad, quienes boicotean esta corta aptitud neurótica para la entrega; quienes zambullen sus plácidas narices en el centro creador de aromas; ellos, los ángeles que acuñan agua en el desierto de esas noches refugio de mi desnudez. Me gustan los hombres que toman las transversales, las marcas; me gustan las cicatrices, la lentitud de sus caricias al ritmo del fuego. Me gustan los hombres que no le temen al cuerpo. Los hombres suaves, lentos, los que tienen pausa. Los hombres que abren mis piernas mostrándome el erótico reflejo de mi cuerpo bajo sus ojos. Que apagan la oscuridad, que encienden la luz más distante; los que miran sin atravesar, ellos, los que en cambio esperan la lluvia ácida y confían en el poder del cíclope en conquista, en el ambiente, en el silencio sagrado; que entienden, estos ángeles, que necesitamos besarnos y crearnos íntimos: doblarnos y entonces sentirnos la más hermosa criatura de la noche para, sí, latiendo entre manos, penetrar en la escena con una corona irreversible.

lunes, 18 de julio de 2011

Las flores de algún balcón

Si pienso en cambiar mis reglas más profundas, ajustarlas al avance del tiempo -leamos experiencia-, digo amoldarme a las secuelas del ya lo vi y ensayar un faraónico he aprendido, entonces arriesgo, un poco, resigno y vuelvo a dar; si pienso en seguir bajo mi bandera, dejándola imperar como trono al rey, digo abastecerme del a mí de acá no me bajan porque antes que cansada, muerta, entonces también arriesgo, un poco, me resigno y, con el mismo mazo, vuelvo a dar; si pienso en dejarlo ser y hago de los tiempos que son ciclos de la luna una ley, digo, de acuerdo a Rilke que pensó: deje que la vida trascurra. Créame: la vida tiene razón, en todos los casos, entonces no arriesgo en la pulsión de decidir, sí arriesgo ante esta decisión, resigno algunas posibilidades concretamente deseadas, y ninguna otra más, y sigo dando. Si, con todo, elijo suponer que mientras haya música y haya sangre y haya héroes y haya dramas, digo dramáticos, haya pobres artesanos del silencio ficticio, poetas que copiar, películas ahí, diálogos que ensayar, historias sin contar, celos que reconocer, mientras haya aunque sea una esperanza rota habrá siguiente, entonces creo que me seguiré preguntando, desde cualquiera de los balcones que cuelgan de este cálido laberinto, qué resignar, qué hay que arriesgar para llegar a ser y digo entonces: ¿ser qué?

domingo, 10 de julio de 2011

Volver, no siempre es volver

Por qué estos nervios. Si es solo una más de una secuencia conocida. Por qué esta ansiedad. ¿Tan corroída estaré? ¿Será una premonición? ¿Un sentimiento de culpa? Esperé su llamado en medio de esas preguntas monologas que funcionan como cadena alimenticia: devorando la cola de la más pequeña mientras que la siguiente es devorada por su posterior; esas preguntas que no acaban en ningún porvenir, las que están para marear y detenernos y a las que damos existencia por esa necesidad de intentar anular a nuestro primer respondedor. Sentía como una ansiedad amorosa. Su cara no es por mí. Solo estoy esperando detrás de la línea roja. No hay drogas, no hay armas. No robé. No insulté. No me quiero quedar. Esperaba a que ella, sin mirarme como hacía con los demás, diera la indicación mediando un gesto limpio con su mano de leche y oro negro para que avanzara y pudiera, al cabo, pellizcar mi frente con su mirada. Buenas noches; buenas noches. Documentos, por favor. Sí. ¿Motivo de su visita? Placer y curiosidad. ¿Así que otra argentina curiosa? Sí, argentina. Bienvenida a La Habana. Gracias. Porque tantas veces había querido ver a la Cuba de Fidel; tantas veces me habían hablado del país de la revolución que persiste, tanto había leído, en mi época ya añeja de ideales, que lo que sucedía era, al menos para mi posible estado de consciencia, la materialización de eso que llamamos rotundamente Un Sueño. Y entonces yo, que creía que lo que se imagina cuando es finalmente soñado acaba con la fantasía, tuve que callar y volver a otro, algún otro punto de fuga. Yo, que creía en las bolitas de mierda del aburrimiento que conlleva cierta edad después de la que, por haber visto ya varias cosas e, incluso, haberlas repetido, quedaba como opción la búsqueda de una tranquilidad espiritual, o la maternidad y su trascendencia, en La Habana tuve que atragantar mi especie y purgarme de ron, amor y sal. ¿Qué hiciste, La Habana, entera Cuba, con mis espejos y con las pocas ideas que quedaban sin cuestionar? Mataste mi admiración hacia tu revolución, es cierto, pero en cambio me convenciste en la fe. De gentes. No quiero que seas mi espejo, sino el cristal que miro de lejos. Y no tengo frío, cuando pienso en él. Ay, Leonel, después de aquella noche de Malecón, todavía guardaba respeto a la advertencia: no hablar con los cubanos, solo quieren tu plata, un trago, o casarse con vos. Sabés entender. Llevo reloj, aunque por entera pensé: para qué quería hablar yo con él, si no era por algo a cambio, en todo caso, también. Caminamos noche y es isla, imaginen, no hay fin sino eternidad. Entre su edad que a pesar de todo era la misma que la mía, el hombre bajó de la patrulla y le pidió identificación. ¡Ay, Leonel! ¿Qué hizo Leonel? Señorita, quédese tranquila, es un control, los estábamos siguiendo por las cámaras y ahí nomás, como caña al pez, sacó sus esposas, lo giró y ¡Ay, Leonel! Ya estabas apresado. Vi tus ojos navegar detrás de un rojo que entendí en tristeza, pero mi reloj de ciudad mandaba: es vergüenza, tiene vergüenza, su mentira fue jaqueada. ¿En qué andarás, Leonel? De detrás del vidrio gastado, moviste tus labios soltando un murmullo que no escuché. Te pedí que repitieras, pero el vidrio del carro policial no se mueve. Bajé un pie del cordón, sostuve mi peso con una mano sobre el cristal, acerqué mi oído y de nuevo no pude escuchar y sin embargo ver, descreída todavía, el camino de tu mano yendo a apoyarse contra la mía. Y entendí tus ojos, sentí tu bronca, a pesar de la frontera que fue el vidrio de aquel móvil, entre vos y yo. ¡El Panóptico también es comunista, demonios! En Cuba está prohibido que los cubanos hablen con los turistas. Porque ellos son cubanos y nosotros, turistas. Pero no crean, imperialistas, esto no es un derechazo hacia ustedes. En todo caso, no voy a hablar de política, es que no entiendo nada, nada más que a Leonel y a sus ojos que soltaron por 10 CUC, y desde entonces, caminamos juntos con metros de distancia. Y lo enseñé a Kenya que mientras dibujaba líneas en mi cabeza, trenzas cocidas igualitas a las de su hija, riendo sobre mi regazo, me regaló mi primer y certero deseo de amamantar. Brindó y me dijo: “Por nuestra amistad”. Y le dije: "Ja". Su simpleza es su regalo y el mío, un frasco de shampoo. ¿Dónde estará la libertad? Dijo: juegas con las cartas marcadas y se rió de mí. Me mostraste tu ron, tus habanos; me mostraste el alfeizar de mi rendición y me recordaste la letra de mi primera filosofía: el que abandona, no tiene premio. Me corriste, me cantaste, me hiciste bajar las cartas; me ganaste, me sentiste hermosa, me conquistaste, me emocionaste, me hiciste la hembra que le dicen y tanto que renegué: una hembra de deseo, de fuerza caribeña, me corriste la coma… Cuba, este cartón se metió en tu mar. Solo espero no estar debiendo estas arrugas -¡oh argentinidad!- sino ya haberlas pagado.

viernes, 3 de junio de 2011

De nuestras caras

Quién sos, si te es imposible replicar. Si sonás en otras voces y, sin embargo, en vos está el que habla. Si perdés el control y cambiás de piel. Quién sos. Si intentás disimular. Si incluso a veces depende de los demás. Cuál de todos los que podés ser, es el que sos.

jueves, 26 de mayo de 2011

Escribir

Hay cosas que suenan cliché, o mejor, que son cliché, pero que no por repetidas amansan el efecto. Cuando era chica, mi mamá me decía que no importaba en qué, pero que intentara ser la mejor en algo. Sabemos que hay un momento de la vida en que lo que dicen los padres suena a tedio. Solo porque son grandes y no entienden. Creemos que no saben, que siempre fueron grandes, que nuestro universo les es totalmente desconocido y allá su madurez. Está bien, está bien, ma, decís. A otra cosa. Pasó el tiempo que siempre son años, y conocí en un taller al escritor Esteban Schmidt, quien volvió con lo mismo: tenés que concentrarte en una cosa y desarrollarla. Y esta vez escuché. Lo cual, por supuesto, me complicó la vida. Siempre supuse que mi “cosa” era escribir. Al menos ahí está el único placer que se sostiene y me parece importante. Tengo que sentirme importante, y lo de escritora suena bien. ¿Quién no quiere conocer a un escritor? Se supone que los escritores dicen cosas interesantes, que ven la vida con una mirada trascendente; escupitajean (si acaso existiera la palabra) la realidad evidente para inspeccionar el moco. Y sigue sonando bien. Y en definitiva, lo que queremos es que nos quieran. Es nuestra ley. Están los mejores sobrevivientes; se apuntan buenos lápices de victoria los más sufridos, las mejores víctimas de dramas novelescos y los bondadosos de la especie, infiltrados del cielo, cumplen la proeza sin enfrentarse a contestatarios. Y los demás, los que ni padecimos desmanes ni cobijamos perros o adultos rezagados por el sistema, ¿qué hacemos? Algunos tocan la guitarra, otros tal vez practican yoga, y están esos que se convierten en directivos para alcanzar el fin por vía de poder. Una vez me dijeron algo así como que el chacra del dinero es el mismo que el del afecto. Puede ser que haya entendido mal y que no sea precisamente así. Pero por lo pronto me funciona. Un día me deprimí. Espié el sótano y como si se tratara de una aventura y fuera yo la protagonista de una película de terror, bajé al cuarto en el que –estaba claro, la música lo anunciaba- pasaban cosas malas. Muy malas. ¡Tan malas! Pero había que ir. Estar, retorcerse, masticar mierda, oler a mierda, hacer llorar a los demás (sobre todo fue un gesto importante el de mi hermana abogada rogándome que reaccionara). ¡Ay, también así se consigue! A los que dijeron que el dolor era una elección los aparté de mi vida. ¿Qué saben estos presos del deber ser acerca de lo inevitable? Quedaron los que me ayudaron, los mismos que hoy me piden socorro y me conducen a un extraño terreno de gurú para que repita esas frases que escuché entonces y que, bien sé, no alivian un carajo, con este mismo preámbulo, con el solo atino de dar ánimo, y fe como escribana del dolor, que sabe que por la ventana entra un jardín y que, detrás, el patio sucio siempre está. Que ahí se lava la ropa. Pero que se vuelve a tomar sol. Que se sigue, a hurtadillas. Que se sigue a consciencia. Soy ahora más grande, habito los ácidos espacios del mundo adulto, y entonces descubrí –decía- que mi mamá no era tan ciega: pensaba como Schmidt y eso merece mi respeto snob. Bueno, no importa lo de snob, tiene mi respeto. Y algo más: en eso del sacrificio también tenía razón, ese concepto para mí tan vapuleado, vilipendiado y todas esas palabras divinas que usan los periodistas a sueldo para escribir los epitafios de la farándula. El sacrificio es necesario para que nos quieran, señores, señoras. Qué espectacular. No nos olvidemos que estamos trabajando para la posteridad. Y si parece que me fui de tema, no se crean. Recuerden que soy escritora. Solo mareo para insistir. Sigo hablando de que hay que hacer algo y esto ya lo dije cientos de veces: si no, ¿qué? Si no nos inventamos el pretexto no.pa.sa.na.ran.ja. Y eso es grave. ¿Y saben por qué? Porque podés volverte corrosivo y nadie quiere a los corrosivos. Entonces Schmidt y mi mamá tenían razón. También hay que hacer el esfuerzo -siempre y cuando nos refreguemos con goce en este ceder-: ahora rechazo salidas sin parar, enciendo velas sobre la mesa de la cocina, acaricio a mi gata, cierro internet para no distraerme, uso anteojos para descansar la vista, intento leer dos libros por mes y, si me lo pedís, te escribo una carta a domicilio. El cliché me funciona perfecto y a los que respetan mi ¿vocación?, mi elección: gracias, gracias por quererme.

domingo, 22 de mayo de 2011

jueves, 19 de mayo de 2011

Casi todo

Hoy no pude trabajar. Hoy fumé cinco cigarrillos de día. Hoy no terminé el almuerzo ni tiré lo que sobró: sigue arriba de la mesada. Hoy me arañó mi gata. Hoy me olvidé la tarjeta en el cajero. Hoy tengo ojeras, más. Hoy siento frío y está la calefacción encendida. Hoy me preguntaron cómo estoy, en la verdulería de siempre. Hoy no escuché música. Hoy me equivoqué dos veces el nombre de alguien. Hoy, alguien no se enojó. Hoy me resfrié. Hoy me dio un calambre. Hoy pensé en cancelar el viaje. Hoy odié a alguien que no sé. Hoy no le atendí el teléfono a mi papá. Hoy vi al cielo como a la Cordillera de los Andes desde un avión. O como a la espuma en el lago de mi sueño. Hoy no hice deporte. Hoy no contesté preguntas. Hoy me permití no entender y mirar una película de humor yanqui. Hoy le dije a mi mamá que la amo. Hoy me reí solo con la boca. Hoy no intenté entender. Hoy puedo decir todo lo que hice. Hoy puedo decirlo todo, menos qué día es hoy.

domingo, 8 de mayo de 2011

Una pluma más, un jazmín menos

Cada vez que me dispongo a esperar mi cumpleaños, una sensación de lágrima atragantada, una especie de psoriasis dialéctica que aburre, que cansa, que se vuelve odiosa; una evidencia de mi pesimismo existencial, de mi construcción de mundo pre menstrual, llena todos los espacios. Y los que me rodean, quienes todavía me escuchan y quienes empiezan a hacerlo, a veces no entienden que esta es tan solo una de mis formas de felicidad. Y se sofocan. Que aunque parezca derrotada, víctima de lo que a la mirada no se le escapa, sin embargo me busco en la verdad y en el peor de los escenarios, solo por si acaso, y también porque sí. Porque dentro del mar de males se encuentra el bien: no es al revés, no es al revés. Tal vez una defensa, tal vez un estado real. Será que intuyo más de lo que puedo explicar. Como sea, se trata de la búsqueda de sentirme viva, cada vez, de la atención puesta ante el riesgo de olvidar que más allá de la supervivencia, está la vida; mucho más allá de la existencia, que impera porque está dada y que nos ata a nuestros centros y nos quita de la dulzura de los márgenes, está la vida. ¡Y qué egos cerrados manejan a quienes se niegan a asumir que lo irreversible existe, y estalla de significados! Un amor ya mutado me lo enseñó: hay que elegir incansablemente y saber que mientras los deseos nos impulsan solo las ideas nos salvan. Y gracias por eso. Entonces celebro cuando no pierdo la cuenta, aunque sea la cuenta de decir ¡demonios! un año nuevo es uno menos. Uno que ni la sabiduría que conlleva el taladro que baja el número perdona a lo que se va. El jardín pierde sus jazmines, el pasto se fortalece. La ecuación nos determina, y está bien. Necesito del olor y necesito de mis pies, que es decir que necesito de mis sensaciones y de mi razón. Cumplir años me conmueve, amigos, pero no teman, que el hecho de que construya ensayos no deshoja mis ilusiones, solo afirma algunas ideas a las que quiero por el peso que está en mí, y también por convicción. Todos mis caminos, incluso los más rebeldes ¡los más amados!, conducen a la aceptación.

domingo, 1 de mayo de 2011

Medí tu acrobacia, y saltá

Me fui de viaje. Y soy así: me gusta ser una chica con actitud de hombre. Casi siempre. Pero más cuando estoy de viaje y cuando juego al truco. Estábamos arriba de una montaña, fisgoneando un lago a nuestros pies. En el lago había espuma, lo juro: el lago tenía espuma, como si se tratara de un lago iodado. Supongo que estábamos a unos veinte metros de altura. Aunque bien podrían haber sido cincuenta, cien, o cinco. Nunca supe medir distancias, tampoco personas. Pongamos que los metros no parecían tantos si nos dedicábamos a contemplar el lago, pero la percepción los transformaba en muchos si se nos ocurría saltar. Cosa que se me ocurrió. Una vez me contaron que hay una técnica para saltar a un espejo de agua desde mucha altura: es fundamental cubrirse las costillas. Socialicé este conocimiento y tres de los siete que mirábamos el lago, dijimos que sí. Caminamos hasta que encontramos un lugar que nos preció el indicado para saltar, básicamente porque tenía un buen espacio para tomar envión. No me animé a ser la primera. Suele pasarme que creo que me animo a más de la cuenta y cuando llega el momento de pagar tengo el impulso de retroceder. Y como pensé que probablemente los tres nos encontrábamos influenciados por una sensación similar, y para descomprimir un poco, dije algo que suelo decir cada vez que entro en el mar, y es que si muero por favor le cuenten a mi mamá que estuvo bien, que morí de una forma feliz, si es que acaso existe la felicidad del otro lado de este sótano. De verdad, creo que ya que morir es obligatorio, jugar a elegir cómo experimentar la obligación es bastante más interesante que, simplemente, aceptarla. Mis amigos se rieron y me dijeron que morir no sería una historia en sí, sino el final de mi vida, que el problema sería quedar vegetal o sobrevivir. Típico. Yo por supuesto no estuve de acuerdo pero elegí reír. Sin embargo, no nos estaba funcionando. La visión de la espuma retorciendo la quietud me provocaba temblor en la parte trasera de las rodillas. Uno de los tres bajó la guardia que nos imponía la necesidad de ser valientes, esta necesidad que va siendo desplazada por la modernidad, y preguntó: ¿Estamos seguros de lo que vamos a hacer? ¿Cuándo se está seguro de algo? Siempre pensé que solo los abogados tienen ese privilegio, no por astutos, sino por amparados y soberbios. No lo sé, dijo mi otro amigo, es agua, no puede ser tan peligroso. ¿Sabemos qué profundidad tiene el lago?, preguntó el primero. Oigan, los lagos son profundos, el problema no es el fondo sino lo que puede haber bajo el agua, dije yo. Sí, eso es cierto, asintieron, y agregaron que para hacerlo teníamos que saltar con fuerza hacia adelante, para no caer en el margen por donde entra la montaña al lago. No creo que sea tan peligroso, piensen que hay gente que salta desde la roca que está justo al lado, y es básicamente lo mismo, lo que nos diferencia está en el aire y en la intensidad de la caída, no en el agua en sí, contesté. Puede ser, insistió el primero de mis amigos, no muy convencido, pero por las dudas acordémonos de tomar envión. Sí, pero realmente no creas que tenés la montaña ahí, los lagos se hacen profundos en seguida, seguí. ¿Desde cuándo sabés tanto de lagos?, me preguntaron. Desde que los odio, contesté, nunca me gustaron, son escondedores, peligrosos, fríos. Ah, vos sos irónica, ¿odiás el lago y pensás desafiarlo así?, me increpó el primero de mis amigos y un sonido compacto, como de un golpe de box, nos llamó la atención. Me agarré del brazo de mi amigo y cuando entendí que estábamos solos, lo apreté con toda la capacidad de mi fuerza. Leo había saltado. Y Marcos, estirando su cuello e inflando los agujeros de su nariz, intentando parecer tranquilo, descargó su verdad clavando sus yemas en mi mano. Miramos el agua que primero se extendió en círculos hacia afuera, como haciendo de la superficie un remolino plano, y después se fue aquietando hasta quedar detenida, en su demostración cabal de ser un extraño paradigma sin vida. Cuando la espuma volvió a su retuerzo normal escuché a Marcos exclamar Dios. Y sentí como si un agujero estuviera expandiéndose adentro mío. Era culpable, lo había provocado todo. Los había empujado a sentirse valientes delante de mí, delante de ellos, ante sí mismos. Y en verdad no estaba segura de que la montaña no estuviera en el borde del lago. Los había obligado a no cuestionar su irracionalidad, sin fundamentos, los apuré para que no pensaran, los había mareado con mi feminidad y con mi humor. Marcos corrió mi mano de su brazo y volvió a decir: Dios. Me di vuelta para no mirar, no podía seguir viendo el lago. Y mientras pensaba en decirle a Marcos que teníamos bajar, un tirón en el brazo me devolvió la reacción y, como en un reflejo, me puse a saltar. Leo había aparecido. Tenía el pelo aplastado sobre su frente y gritaba: Es lo más increíble que hice en mi vida, deliranteeees. Sonreí apoyando los dientes sobre mis labios, tragué una gota de saliva que crepitaba en mi garganta y dije: Sigo yo. Caminé hacia atrás y tuve la certeza de que las venas de mis pantorrillas se estaban contrayendo, de que los dedos de mis pies perdían firmeza, se alivianaban como plumas. Tenía que saltar con fuerza. Marcos insistía con que era importante tomar envión, y me daba indicaciones que no pude escuchar. Estaba nerviosa. Solo me detuve en la necesidad de volar. Las costillas no importaban, no las iba a estallar. Leo estaba en el agua, agitaba sus brazos, daba vueltas carnero dentro del lago, y eso me aliviaba. Lo veía sonreír, lo escuchaba gritar como al eco de alguna vieja historia que se repite cada vez más leve, hasta que otra voz la vuelve a pronunciar. Estaba lista, había llegado hasta ahí y tenía que hacerlo. Saltar, saltar, solo saltar y volar. Volar no era un privilegio, ahora era una posibilidad y si no quería correr riesgos tenía que saberme pájaro, saltar y volar hacia adelante y en un momento de inquietud, cuando pensar se vuelve el primer recurso a abandonar, apreté el reborde de los ojos, levanté la piel de la frente, di dos largos pasos, y salté. El dedo gordo de mi pie se dobló sobre la roca y tuve la reacción de volver hacia atrás, pero ya era tarde: estaba en el aire, girando los brazos como si fueran hélices, intentaba volar. Necesitaba volar, necesitaba alejarme del borde; grité, grité fuerte desde la sangre de mi garganta mientras seguía girando los brazos. Pero no avanzaba: nosotros no podemos volar, nosotros, con suerte, caminamos. Nosotros somos tierra. Y a medida que iba cayendo, iba sabiendo que no había vuelta atrás. Vino el plaf en el agua, la visión de una bola efervescente, el mareo de girar dentro del líquido dorado. Y el dolor. Mi cadera se había golpeado contra la montaña. Las burbujas entraban por mi nariz, se atragantaban contra mi cara, contra mis brazos que remaban hacia arriba, buscando aire para respirar. Una luz intensa me abrió los ojos. El hombre de blanco sonrió y noté la impaciencia en su gesto. Mi mamá me contó, algunas semanas después, que mis gritos se escucharon desde la entrada del hospital.

lunes, 25 de abril de 2011

¡Ay, literatura!

"Querido mío: hace tres semanas que llegué. Tradúcelo: tres semanas que duermo sola. ¿No te parece horrible? Tú sabes que a veces me despierto de noche y tengo absoluta necesidad de tocarte, de sentirte a mi lado. No sé qué tienes de reconfortante, pero el saberte junto a mí hace que en el semisueño me sienta bajo tu protección. Ahora tengo horribles pesadillas, pero mis pesadillas no tienen monstruos. Solo consisten en soñar que estoy sola en la cama, sin ti. Y cuando me despierto y ahuyento la pesadilla, resulta que efectivamente estoy sola en la cama, sin ti. La única diferencia es que en el sueño no puedo llorar y cuando despierto, lloro. ¿Por qué me pasa esto? Sé que estás en Montevideo, sé que te cuidas, sé que piensas en mí. ¿Verdad que piensas? Esteban y la nena están bien, aunque sabes que la tía Zulma los mima demasiado. Apróntate que, a nuestro regreso, la nena no nos deje dormir por unas cuantas noches. Por Dios, ¿cuándo vendrán esas cuantas noches? Tengo una noticia, ¿sabés? Estoy otra vez embarazada. Es horrible decírtelo y que no me beses . ¿O para ti no es tan horrible? Será varón y le pondremos Jaime. Me gustan los nombres que empiezan con jota. No sé por qué, pero esta vez tengo un poco de miedo. ¿Y si me muero? Contéstame pronto diciéndome que no, que no voy a morirme. ¿Pensaste ya qué harías si yo me muero? Tú eres animoso, sabrías defenderte; además, encontrarías en seguida otra mujer, ya estoy espantosamente celosa de ella. ¿Viste qué neurástica estoy? Es que me hace mucho mal no tenerte aquí, o que no me tengas allí, es lo mismo. No te rías; siempre te ríes de todo, aun cuando no se trata de nada gracioso. No te rías, no seas malo. Escríbeme diciendo que no voy a morirme. Ni siquiera como alma en pena podría dejar de extrañarte… ¿Será niño o niña? Si fuera niña, puedes elegir el nombre, siempre y cuando no sea Leonor. Pero no. Va a ser varón y se llamará Jaime. Mira, me gustan los hijos, los quiero mucho, pero lo que más me gusta es que sean hijos tuyos. Ahora llueve frenéticamente sobre los adoquines. Voy a hacer el solitario de los cinco montones, el que me enseñó Dora. Te quiere, te quiere, te quiere, tu Isabel. P.D.: ¡Salió el solitario! ¡Hurra!", La tregua, Mario Benedetti

domingo, 24 de abril de 2011

Siempre hay un por qué, a veces en el cielo

¿Te dije alguna vez que amo la luna? A su luz que me hace preguntar: ¿somos recuerdos o somos la tristeza que los desata, acomoda, e inventa y sobre inventa? Y dice que los recuerdos no nos pertenecen como actos de tacto, porque son del pasado y el pasado, de algún otro universo; porque la conozco como a mi barrio que me contiene más que cualquier hombre, más que ningún padre; en su sombrero, te lo regalé, pudiste ver mi sombra oculta en el techo de mis ideas, esas batallas, ese símbolo del tango, inclinado, llegando a sus fauces, y me aceptaste ahí y ya nunca más un no te quiero, no te entiendo, si ella te mira, y cuando está plena soy plena y cuando oculta, así me viste, naranja, como su luz menguante, inteligente, tercero en los ojos, mi espejo lo ve y siempre difumina, porque así somos y qué pancartas, ninguna pancarta lo consigue, solo las nubes que son plumas a su boca, porque ella es la estrella que más brilla y disimula cuando puede, y no quedan dudas cuando quiere; bebe mis palabras que necesitan mis letras, el trayecto de su gloria entre el teléfono y tus ojos; el escape de esta vida, de mi vida, está en ella. Por eso la amo.

jueves, 14 de abril de 2011

No importa

Digo que no, que no importa. Es un problema, te digo que es un problema y no me mires así, te lo digo en serio: no creas que es liviano haber sacado esta ficha de la circunstancia, la infinitud, las vueltas, la obviedad de las vueltas. ¡Tío mío! Estas malditas circunstancias eclécticas hacen que nada importe. ¿Vos en serio creés que es fácil vivir así? Están locos ustedes dos. Lo mismo hace mi hermoso amigo gay -que todavía no entendió- cada vez que le digo que un día dentro de algunos años me voy a suicidar: me abraza y me dice que no sea tonta, que si soy tan linda. Porque él todavía no sabe que eso no importa. O mejor, que esa es solo otra circunstancia que justamente también va a mover y después, después me voy a querer suicidar. Pero no sabe y se emociona porque tiene ese permiso de ser sensible y ese goce caracterizado en ser hipersensible, que lo digo ahora y que el hecho de que lo haya dicho ahora no va importar cuando tenga mil. O cien. Es mi fukin´ realidad y en verdad lo lamento. No, no es que me importen los demás. Sé, van a poder seguir, más allá de mí, ellos que todavía no se dieron cuenta. Puedo ser un paréntesis, un capítulo, una aventura, una frustración de momento. ¡Es así! Todos tenemos que ocupar todos los lugares que, vamos, tampoco son tantos. Y por eso no importa. El punto es otro, el secreto está en esconderlo. A vos te lo cuento porque sos un pelotudo y te merecés el castigo, pero este tiene que ser un secreto comunitario solo para los que estamos llenos de años. Que se note nuestra soltura y que nos penen los benditos. Que estamos acá, trabajando para ellos.

miércoles, 6 de abril de 2011

Reflexiones de bicicleta

La vida está llena de paréntesis. Lo que va antes, cierra después.

domingo, 3 de abril de 2011

Nacido en Caraguatá

No dejo de preguntarme a qué juega ese héroe, de los embates, de la aparente nada. Esos pies, de ese chico, de ese nene chiquito de diez. Que se limpian al agua, a la corriente de arroyo, ese que pocos ven. Del arroyo que baja hasta el río, del río pedrero de costa, de una costa lejana, al norte del sur, de ese bien al sur que está casi al fin, de un lugar al que llamaron edén. Enloquece un Tigre en la Buenos Aires dispar, irónica, hipócrita como yo, como ellos, que todavía creemos en progresismos porque vemos, y exclamamos, ¡demonios! a qué juega ese niño, ese chiquito de diez. Pero de vuelta a nuestra red de plumas y un Marlboro, unos litros, un asado después. Este Tigre de Buenos Aires, de esta Argentina al talón de Sudamérica, entre el Atlántico y la cordillera; América, las patrias del sin embargo y él, que ni siquiera conoce la tierra sin orilla, no se pregunta a qué juega, ese nenito de diez.

lunes, 28 de marzo de 2011

A esto de no saber

Corrí 5k200 y fui a una estación de servicio a comprar una Gatorade. Mientras pensaba que el de Gatorade es uno de los pocos slogans de rápida comprobación, una chica llamó mi atención por la parodia de sus movimientos. Metió una mano en la heladera y como si necesitara agarrarse de una botellita de Coca para hacerlo -y respondiendo a lo que sería una gran imitación publicitaria- soltó su pelo. Divina, la Coca en sus manos, y con la cresta rubia plata liberada, puso un reojo en mí y su otro reojo por detrás de mí. Y yo giré para ver. Le sonreí. A él. Que también me sonrío. Y yo toda así, traspirada como estaba, le dije, ¿todo bien? Y, sí, estaba todo bien, según me contestó.

Se llamaba Martín, me lo dijo cuando le mentí que me decían Piru, no fuera cosa que me buscara por Facebook y cualquier chance de que se tratara del amor de mi vida acabara en esa cadencia ya memorizada y deserotizante. Así que Piru y Martín cruzaron preguntas y respuestas acerca de esas dos o tres premisas posibles entre la heladera, el mostrador y el vuelto de la Gatorade y Martin insistió en acompañarla hasta su casa. Y Piru, que adora a los hombres que insisten en ser caballeros, dijo que sí.

Bueno, sigo el relato en primera persona porque está claro: Piru soy yo. Caminamos unas ocho o nueve cuadras entre las que me contó que estudiaba física, que corría 15 kilómetros por día, que vivía en un departamento que prácticamente no tenía muebles -“solo tengo la heladera y una mesa bajita, el resto son mantas”, dijo- y que tocaba el contrabajo. Lo escuchaba y sacaba cuentas: física y música, es decir inteligencia y pasión, es decir algo de disciplina y pulso vital. Martín sonaba bien.

- ¿Y vos? –me preguntó

- No sé bien cómo describirme.

- ¿No?

- Tendría que contarte lo que hago, pero no sé si que lo que hago me describe.

- Entonces podés decirme, por ejemplo, cuáles son los lugares en los que pasás más tiempo durante una semana cualquiera.

Le conté que mi casa se llevaba los tres puestos del podio.

- ¿No te aburrís? -me preguntó.

- A veces, pero casi nunca, además cuando voy a otra casa, no sé bien cómo manejarme.

No le conté todo, tampoco quería espantarlo. La verdad era que hacía algunos meses que no salía de mi casa más que para correr y llevar la ropa al lavadero. No se trataba de una depresión, ni siquiera de una voluntad ermitaña. Simplemente respondía a la idea de que afuera no pasa nada distinto y que –como decía Bolaño- viajar hace mal. Y por viajar yo entiendo desde ir hasta el centro de la ciudad hasta meterme en la costumbre de otras casas. Me resultaba altamente riesgoso. Estaba vital pero ausente del circuito. Recibía visitas a las que desde el liderazgo que me otorgaba ser anfitriona podía guiar, veía películas por youporn casi todos los días, trabajaba con responsabilidad y llevaba leídos quince libros más dos inconclusos y el primer tomo de una enciclopedia sobre física cuántica. Eso se lo conté, y me dijo que casualmente su especialización venía por ahí.

- Te propongo algo –me dijo en la puerta de mi casa y yo, poniendo voz aniñada para mostrar entusiasmo, le pregunté de qué se trataba.

- ¿Te bañás y te paso a buscar?

- ¿Huelo mal? –y entre risas, dije que sí.

No le pregunté ni cuánto iba a tardar ni qué tenía ganas de hacer. Cerré la puerta y como si Martín me hubiera convertido en una notificadora judicial, me puse a hacer el detalle de todo lo que había dentro de mi casa, con la intención de despojarme de la costumbre y deconstruir la imagen. ¿Cómo sería mi casa para alguien que la veía por primera vez?

Antes de entrar al baño cambié algunas cosas de lugar: moví un florero, quité los carteles de la heladera y pasé una franela al televisor. Iba a cambiar las sábanas pero no. Solo tendí la cama y, sin juntar los libros de alrededor, elegí la ropa que iba a usar.

Martín llegó cuando terminé de ponerme las zapatillas. Caminamos hasta la estación de tren. Viajamos en el furgón hasta San Fernando y sentí que estaba hablando mucho, algo que suelo hacer cuando no sé qué decir, y que se opone a lo que me pasa cuando las cosas me importan y me quedo muda, hasta que ya no importa.

Se mostraba contemplativo, hablaba concreto y siempre partía de la idea y no desde el ejemplo. Eso me gustaba. La sencillez es atractiva solo cuando puede esconder nuestras más profundas proyecciones. Y él había empezado bien. Entramos en un bar lleno de gente que me provocó algunos minutos de aturdimiento.

- ¿Estás bien? –me preguntó.

- Sí, ya me voy a acostumbrar –le dije- Mirá…

- ¿Qué?

- Mirá, está la chica de la estación de servicio.

- ¿Qué chica? –me preguntó.

- Cuando nos conocimos en la estación de servicio, había una chica que te miraba. Está ahí, ¿la ves? –pero no pareció importarle.

- Si necesitás silencio podemos volver.

- No hace falta, estoy bien.

Tocaba una banda de reggae y la cerveza era baratísima. Me interesé sobre la física cuántica y como el tema lo entusiasmó, aproveché para verlo hablar. Usaba su boca de forma curiosa. Su labio inferior era más grueso que el superior y parecía que podía dominar los lados, mover la parte izquierda, después la derecha, y así bailar, entre oración y pensamiento. Tenía esta especie de tic de llevar la lengua hasta la comisura, y prácticamente no movía sus manos para hablar. Se sentaba cruzado de piernas y apoyaba sobre ellas una mano por encima de la otra. Sus rodillas eran flacas, sus brazos, rígidos, y llevaba un collar del tercer ojo bien ajustado al cuello. Martín creía en los universos paralelos.

- Capaz en otro universo, en lugar de estar acá conmigo, estás con la rubia –le dije, torpe, como diciendo entendí, y algo más.

- Suponete –respondió.

Tomamos cuatro o cinco botellas y para cuando el suelo no amortizaba ya a los pies, decidimos volver. A esa hora no había trenes, así que caminamos hasta una agencia de remis. Subimos a un auto sin música ni luz, cada uno por una puerta distinta y nos encontramos en el centro del asiento de atrás.

- Pero este es mi universo preferido, ahora -dijo y rodeó mi cintura, llevando mi cadera a un movimiento de distancia de la suya.

- En este universo me gustaste -miré su boca y miré sus ojos. Y miré sus labios separándose hasta mí.

Cuando estábamos llegando a mi casa le pregunté cuál sería su situación perfecta. Me dijo que imaginarme todo lo posible. Que iba a dibujar mi cuerpo con el vapor de su recuerdo para volver a buscarme. Bajé del auto, puse mi mano sobre la costura rígida de su pantalón y le di un beso en cada uno de sus cachetes. Cerré la puerta tras de mí y me quedé parada, viéndolo ir.

Entré al silencio de mi casa de siempre, pero esta vez la vi distinta. Lo había conseguido. La televisión estaba encendida, pero me sentía tan feliz, que el registro de lo concreto no me importó. Me recosté sobre el sillón y repasé las cenizas de la noche, alivianándome con el viento que se las iba llevando, que se lo lleva todo, y al que tanto conozco y hace que, para mí, cada día de bienestar sea –también- la perfección de mis posibilidades. Por saber de mis imposibilidades.

Me desperté con el timbre del teléfono. Me apuré en llegar hasta la cocina y atendí.

- ¿Hola?

- Hola –dijo una voz de mujer que me sonó familiar, pero que no terminé de reconocer.

- ¿Hola? Sí, ¿quién es? ¿quién es a esta hora? –insistí. Y cortó.


Quedé unos segundos mirando los carteles pegados en la heladera. “Be punk and you´ll survive”, “Si mirás mucho tiempo el abismo, el abismo te devuelve la mirada”. Y me reí de mí. Volví hasta el living para apagar la televisión, pasé un dedo por la pantalla sucia, y caminé hasta mi cuarto. Me acosté en la cama que estaba sin hacer y cuando el sueño me empujaba decidido hasta su oscuridad, la luz de una idea me dejó sentada sobre la cama. ¿A dónde había salido yo esa noche?

lunes, 21 de marzo de 2011

Listen Casas

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A.ho.ra

jueves, 10 de marzo de 2011

Imagine all

Cuando mejor me siento es cuando me imagino. Caminaba de noche, sola, después de pasar algunas horas dentro de un bar escuchando música y murmullos, emborrachándome, negando, negándolo todo: desde mi nombre hasta mi gusto; sintiéndome un personaje de Bukowski pero no, Bukowski tiraría jarrones sobre mi espalda mientras juego al sexo, por romántica; sintiéndome, mejor, una María de Mairal, una Ana de Tolstoi, sintiéndome Werther, relatándome para sobre existir, inventando quién quiero ser, como hicieron los grandes que primero se olieron y después cagaron sobre su olor para limpiarse y fabricarse; entonces la escena estaba bien, una noche sin luna después de otra noche sin luna, el sonido de mis zapatillas raspando los adoquines, las plantas mal cortadas avasallando la vereda, la nadie más ahí, un cigarrillo arrugado dentro del bolsillo, haber olvidado el encendedor sobre la mesa de aquel bar, una pena estoica, la mirada por la mitad, el gusto a plástico en mi boca, la ausencia total y el alivio de imaginarme fuera de mí, que si estaba sola ahí, pues el mundo era tan enorme que nada importaba, si total, total siempre está al morir, aunque morir sea el único destino y lo demás la novela, tan creativa como el escritor que, si duerme, perece, y si no, si no es invencible: un traidor, un héroe, un perdedor, o, bien o mal, un plagiador que no encuentra otra opción, y entendí esa noche, la segunda noche sin luna de marzo, que podía salir de mis pensamientos ego-lógicos, elevarme hasta el sonido de mis zapatillas y así mi escena volverse engendro de fantasía y contener ese caudal de belleza literaria indispensable para sentirme mejor, cuando imagino que nada es real, que todo es mi ficción.

lunes, 28 de febrero de 2011

Cazadores de hitos

Sépanlo: los buscadores de hitos me deprimen. Hablo de este tipo de gente –y no digo clase porque las clases son otra cosa- que basa el sentido de su vida en la construcción de grandes momentos: nacimientos, bautismos, cumpleaños de quince, fiestas de egresados, primeros días de clases universitarias y así, hasta que se seca el pasto del jardín maternal y entonces vuelven a empezar: casamientos, primeros hijos, segundos hijos y te preguntan, con dolor teatral, cómo es que no llamaste el día que nació Juancito. Y vos: discúlpame, es que después de Lolita y Martincito perdí un poco la emoción (¡y te lo dice una hija tercera!).
Estos hito-dependientes se retroalimentan entre sí. Se mutuo-toman la foto Kodak y son devotos de la grandilocuencia oral: dicen cosas como este es un momento muy importante en mi vida y ni hablar de que aprendieron a ser personas de bien por herencia. Casi todos los hitos les costaron mucho. Muchísimo. Y llegan a gerentes, jefes; abren sus boutiques o trascienden alguna frontera de esas que parecen dignas de un héroe -pero que en verdad (creo) solo tienen que ver con la normalidad del paso de la vida, porque ojo con la oscuridad de la obviedad: todo este mundo está absurdamente tabulado y vuelve lógico que a los veinte no accedas a algunas cosas a las que tal vez sí llegas a los treinta-, y se emocionan recordando todas esas horas trabajadas. ¡Ahora sí brindemos con champagne, demonios, nos merecemos esta burguesía!
Todo lo que simboliza, vale lo que una joya rusa. Y así están, viviendo en casas cargadas de sí mismos, en clave feliz, sin siquiera media obra de arte que los obligue a detener la rutina del ¿la llamaste a Caro? Recordá que mañana va a ser un año de que compró su casa. Ajá, importantísima fecha y way (¿why?) que te olvides de brindar o faltar a la celebración.
Y sepan más: atravieso un punto dramático. Es que desde que me di cuenta de que me fijo en cómo caminar hacia la muerte mientras ellos ingenian el videojuego hacia el suceso (para olvidar probablemente la presencia constante y risueña del desenlace común), me siento separada de la sociedad. Casi como si tuviera un BMW.
Y ya que menciono lo común, quiero resaltar que estos hito-dependientes tienen un punto con la cuestión. Quieren ser distintos y yo, del otro lado de la reja, quisiera gritarles: ¿acaso no ven que no existe el ser? Malditos años, para algo tienen que haber servido, malditos. Estamos, vamos, vivimos, sobrevivimos (esto de caerse ocho para levantarse nueve), pero nada de ser. Hoy soy yo, mañana, no. Soy tu novia, después, solo un recuerdo. Y sabemos ¡tenemos que saber!, los recuerdos son peores que la ilusión.
Entiendo, entiendo, estos entes perfeccionadores del sistema consumista de fechas especiales necesitan del motivo para convidarle sentido a sus vidas. Y hasta seguramente sean mucho más pro activos que yo, que suelo no encontrar el tilde del por qué. Sin embargo y como sea, los buscadores de hitos me deprimen tanto y me siento tan pero tan cuidada en mi convicción, que hasta pienso seriamente en ser bastión de contra y–en señal de protesta- dejar de saludar a toda esta hermosa gente, cada vez que cumpleaños.

domingo, 20 de febrero de 2011

El último cigarrillo

- Marlboro diez, por favor.
- Pensé que habías dejado de fumar.
- Hoy no puedo dejar de fumar, ¿cuánto es?
- $3,75. ¿Entonces volviste al vicio?
- Los ex fumadores siempre nos estamos yendo, si vieras lo demandante que es.



Encendí el cigarrillo en la puerta del quiosco y lo fumé hasta su mitad. Cuando volvés a pitar tabaco después de un tiempo, notás que en verdad se trata de algo horrible, evidencia que, por otro lado, a los fumadores que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano nos importa lo mismo que la suba del precio del combustible a los pobres: puntualmente nada.


Me fui con mis nueve cigarros restantes a dar una vuelta por ahí. Es decir, por acá, por el barrio, como siempre desde que me pareció descubrir que la diferencia está en la mirada y no en la escena y que en todos lados sucede más o menos lo mismo.



Había decidido suicidar el sábado a la noche y eso es algo que al grupo de los que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano y vemos en la luna la lágrima vital de nuestra inspiración, nos gusta más que matar un lunes. Porque a un lunes lo mata cualquiera. Pero montarse el cuerpo de un sábado a la noche hasta el filo de la semana, mientras que a veinte cuadras suceden tres casamientos (sí, tres o sea seis menores de treinta años que deciden esto de unir sus vidas para siempre frente a cientos de bailarines devaluados), es algo que solo podemos hacer los que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano y vemos en la luna la lágrima vital de nuestra inspiración.


Para cuando llegué hasta la plaza me quedaban ocho cigarrillos. El noveno lo había sentido mejor, ya, así que ajusté una nueva vara en mi mano y miré la luna durante el rato que bastó para desvelar al pasado y refirmar la dirección de mi noche. Entonces apagué la colilla y, mientras sacudía el cuaderno en que había anotado algunas ideas con la intención de guardarlo en mi morral y seguir caminando, ¡alguien me llamó por mi condenado nombre!


- Hola – dije al levantar la mirada, como para hacer algo.
- ¿Cómo estas, Marina?
- Ay –le dije, como para exclamar algo.
- ¿Qué hacés sola por acá de noche?
- Te pido mil disculpas –le dije, como para decir algo.
- ¿Escribís?
- Te pido mil disculpas –insistí.
- ¿Por qué?
- Bueno, es que… no me doy cuenta de dónde te conozco.
- Dale –dijo, cantando la “a”.
- Bueno, en verdad no sé –dije, como quien necesita que le crean que es una verdad lo que está diciendo, maldita sea, ¡tanto trabajo tiene que dar la verdad!
- Soy Johy, hicimos juntas hasta tercer año, vos después te cambiaste de colegio.
- Ay, te pido mil disculpas, pero es que en verdad…
- Johy, Johy Uriarte, Marina, fuimos juntas con Flor Piñas, Valen Zacarías, Tomate, tuvimos de profesora a Berther en literatura.
- Ah, de Flor me acuerdo y de Tomate también.
- ¿De Valen no?
- No.
- Qué raro, viajamos juntas a El Palmar en primer año, estábamos en la misma carpa, Marina, me da gracia que no te acuerdes.


Pisé una nueva colilla. Para esa altura de la conversación, seis cigarrillos me daban pánico.



- ¿A qué colegio fuiste?- le pregunté.
- ¿Sos Marina Agra? ¿O no? -me replicó.
- Ja, creo que sí.
- Ja. ¡Qué poca memoria!
- Es que yo no nunca fui a El Palmar.
- Dale –dijo otra vez, así, estirando la “a”.


Me invitó a tomar algo y aunque encendí un cigarrillo para explicarle esto de mi pertenencia al grupo de los lunáticos dependientes y mi necesidad de atravesar un sábado en soledad para inclinar un poco la balanza de los tres casamientos, fue tan categórica que subí a su auto. Hay veces que si le confiás algo de atención al llamado universal, te da la sensación de que no decidís nada.


- Una de las que se está casando soy yo. Pero solo me gustaría fumar un cigarrillo –dijo y manejó hasta Goyeneche, el bar-popular del barrio, relatando algunas anécdotas de las que me sentí parte, y otras que ni siquiera reconocí cercanas.


- ¿Sabés? –le dije- es un poco confuso esto.
- ¡Ja!
- En serio, creo que no te conozco.
- Marina, vayamos al médico, aunque creo que la falta de memoria no tiene cura, ja ja ja ja.


Se sentó en la mesa de siempre, bueno, la que para mí es la mesa de siempre, y pidió una botella de cerveza.


- La que tengan más barata –dijo.


Pedí unos palitos bien secos y un cenicero. Le ofrecí el cuarto cigarrillo y agarré uno para mí. Estuvimos un rato en silencio. Johy miraba los poster de Goyeneche, las fotos del Che, la vi leer varias veces la frase insignia del lugar “no importa” y finalmente me decidí a preguntarle:



- ¿Cómo es eso de que sos una de las que se está casando?
- Sí, las otras son Sole Oyhanrique y Flavia Gaudio.
- Sí, eso lo sé, pero pensé que el otro casamiento era de Mauro y Guadalupe.
- Sí, soy yo Marina, Guadalupe Johana Uriarte. Me hacés reír.
- ¿Y cómo estabas en la plaza si te estás casando?
- Bueno, esa es una buena pregunta.
- Gracias.
- Me fui.
- ¿Cómo que te fuiste?
- Sí, agarré el auto y me fui –la moza trajo la cerveza- Gracias, ¿cuánto es? Yo te invito.
- Gracias, ¿entonces?
- ¿Qué cosa?
- Me estabas diciendo que te fuiste de tu propio casamiento. Pero no estás vestida de fiesta.
- Pasé por mi casa antes.
- ¿Y tu novio?
- No sé, debe estar bailando.
- ¿No se dio cuenta que te fuiste?
- Supongo que sí.


Seguimos calladas durante un rato, unos diez minutos tal vez, hasta que me pidió un cigarrillo.


- Ay, discúlpame.
- ¿Qué pasó?
- Me quedan solo dos –le dije- no te puedo dar.

Y encendí uno.


- ¿Sos fumadora? –le pregunté.
- Hoy sí.
- ¿Y antes?
- Solo los días que no puedo no fumar.
- Ah, sos de mi equipo, de los que fuman cuando necesitan tener la vara en la mano.
- Sí, ya sé.
- ¿Cómo sabés?
- Porque fuimos juntas al colegio, Marina, ja, me hacés reír.
- Pero cuando iba al colegio yo no fumaba.


Preferí no seguir con la conversación y entonces le pedí que me contara cómo es el preparativo de un casamiento. Habló con entusiasmo y en algún momento dejé de escucharla con atención analítica para hacerlo con la intención de memorizar lo que decía para usarlo como material de un cuento sobre una chica que pasaba un año entero de su vida planificando un casamiento, contrastada con todas las otras cosas que se podían hacer durante un año en el que no se planificaba ningún casamiento. Con las cosas que, por ejemplo, había hecho yo.

Johy calló y sonrió con amabilidad. Giré, y vi a la moza alejarse.


- ¿Qué dijo? –le pregunté.
- Que están cerrando, nos tenemos que ir.


Se paró con tranquilidad, colgó su cartera de un hombro y yo atravesé mi morral por la espalda. Me dijo eso de que un placer y que gracias por el cigarrillo y yo bueno, igualmente. Y cuando las luces del bar se encendieron, vi su cara iluminada, más allá de su contorno, por primera vez. Corrí la silla con la parte trasera de mis rodillas con tal fuerza que el respaldo golpeó contra la mesa que estaba detras. Era una nena con la piel como arena caribeña, glacial.


- Otro día podemos hablar de la luna. Para mí también es la lágrima vital de la inspiración. Aunque un día decidí mirar el sol.


Volví a mi casa caminando, saqué el último cigarrillo del atado, lo fumé hasta la mitad. Y lo tiré.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Tirador de elite

Mirá, flaca, a mí en Buenos Aires no me da bola nadie y acá me dicen tirador de elite. No te voy a hablar de mujeres, flaca, pero la posta es que en este lugar la cosa es distinta. Lo tenés que saber y para saberlo alguien te lo tiene que cantar porque no tenés tiempo, flaca: si cerrás los ojos sos boleta. Cuando vas a pegar faso, merca o lanza perfume, te vas trepado con la plata en la mano, flaca, ni se te ocurra meter los dedos en los bolsillos porque tres tiros, flaca, en la frente, y no importa tu cara ni te van a querer coger, flaca, a lo más que se las chupes pero la grana vale más que tu boca. Te hablo certezas porque a esta altura es la única que vale, aprendetelo para acá y para el orto del mundo, flaca. Las cosas buenas no se repiten y mucho menos las mejores. Te lo digo yo que soy un profesional del dedo, flaca, de Gualeguaychú a Río de Janeiro llegué. ¿Te la contaron esa? No sabés las cosas que vi. En el medio de una isla no tenía ni un real ni un sincero y las máquinas no daban plata, flaca. En eso una mina -y no sabés qué mina, flaca- se me acerca y me pregunta tenes fome. Yo no entendía nada, flaca, y le digo, sí sí, estoy conforme, y me invita a comer la loca. No te cuento cómo me la gané porque es muy desagradable ¡qué desagradable el tipo! pero te lo cuento, mejor, que te vas a morir: sentados en una piedra, flaca, después del almuerzo, charlando cual romance, yo tenía unas ganas de ir al baño, loca, que no aguantaba más, y se me escapó un pedo. Ahí nomás la besé, flaca, qué podía hacer después de eso. Me llevó a laburar con ella a su spa, tenía plata la loca, y anduve haciendo de todo entre quince minas. Me daban masajes todos los días y ahí conocí a la dueña de Brahma, flaca, Patricia Thompson. Borracha. El marido la había dejado por su mejor amiga y la loca no daba más. Hay que curtirse esa historia y salir vivo, flaca. Pero no creas que soy un gigoló, eh, las cosas pasaron y ahí en Brahma laburé en serio y estaba bien, pero la borracha no podía más y cuando no podés más le vas robando lo que le sobra a los otros y ¡caraca! Me dejó seco. Entonces me clavé el anillo en el pulgar y salí. Hay precios que no se pagan, flaca, ni en Argentina ni acá pero acá menos, flaca. ¿Vos viste esa puerta? Ahí vivo yo, flaca, desde hace dos meses, le llamo la puerta de infierno, ayer una vieja estaba tirada arriba del capot de ese auto y un carioca hijo de puta la pajeaba, en el medio de la calle, loca. El carioca ese fue el primero que me llevó a la favela a pegar faso, flaca, se me hizo el amigo y cuando subimos me dice a mí me gusta chuparla en la favela, loca, se me pudría todo, no sé ni cómo te la estoy contando, flaca, ahora está todo bien porque ya soy de acá, me gané el asfalto, flaca, pero hay que tener los ojos más abiertos que la cara y hablar certezas, flaca, que como te digo todo esto te digo que a vos no te tiroteo ni loco, flaca, te llamás como una con la que anduve que fue la peor y en eso soy supersticioso, flaca, me lo enseñaron arriba: podés descontrolarte todo pero lo que aprendiste no te lo podés olvidar, como te decía, flaca, en lugares como este no hay tiempo y si pasaste de una sos un sobreviviente y el límite para pasarte a la banda de todos estos muertos vivos está ahí nomás, a un error de distancia. Y eso aprendetelo, flaca, que vale para este y todos los demás infiernos.

jueves, 27 de enero de 2011

Cómo queremos a Cerati

En un momento no sabía si estaba leyendo Fragmentos de un discurso amoroso de Barthes, o el librito de canciones de Ahí vamos.

viernes, 21 de enero de 2011

Matter of fact it's all dark

Mi casa está a oscuras, no tanto como yo. Enciendo el velador de la cocina, me rebano un pan de semillas y lo como con la misma devoción con la que mordería sus labios húmedos, su cuello, con la que bajaría hasta su tronco para pasar mi lengua por ahí, donde sé, para que llene con su plástico fundido la caja de mi voz. Intento explicarle a mi gato que mando yo. Si lo quiero encima para que ronronee en mi estómago y hunda su cara en mi cuello, lo busco, y si me molesta sobe la mesa, tiene que bajar. Así lo dispongo, por algo tengo un gato. Estoy llena de deseos, entonces descubro que tengo nada. Y a veces menos mal, y a veces no. Aburrida, más oscura que mi casa, cuento las marcas de mi cuerpo. Llego a quince lunares más las pecas de debajo de los ojos, tres manchas de nacimiento y tres auto provocadas. Me siento limpia, otros están peor, pienso, pobre Brad Pitt. La pava eléctrica no es nada, la exprimidora que usé tres veces, nada, y mi computadora no me quiere. Me preguntaron por qué escribo, qué se yo, dije, ¿para qué salís a pasear vos? Hay un sillón, una cómoda, un televisor y un jarrón. Puse cañas de bamboo, comida para el gato y un cartel, pegué, en la puerta de la heladera. Tengo a San Martín en el vientre, resucitó de entre los muertos y entre los muertos estoy yo. Mi casa está a oscuras y la prefiero así. Cuando hay bullicio nadie habla y cuando hay luz, ríe paciente the dark side of the moon.

domingo, 16 de enero de 2011

La Era de Acuario

Dice un amigo yogui que todo tiene un sentido mucho más allá del sentido que la mirada individuo-racional propone. O permite. Tanta atracción hacia uno, tanta pasión por defender o ufanar (según las posibilidades o vivencias de cada psicología) lo propio; tanto yo, tanta búsqueda del conocimiento personal, de una razón que se ajuste a alguna lógica, no nos pertenece del todo como solitarios mente-alma-cuerpo, sino que está regido por algo mucho mayor: y es el universo.

Dicen los apocalípticos que en 2012 será el fin del mundo. Mi amigo dice que la catástrofe es ahora, ya, que está sucediendo. Estas inundaciones, estas tormentas, este aparente sinsentido de las trabadas relaciones humanas, este saberlo todo contaminado por su propio exceso. Este ser Internet. Lo que viene es la revolución, la verdadera trascendencia: la nueva Era. Así como todos vivimos en evolución personal sin saber qué dirección tomará esa evolución, así como somos ciclos, así mismo sucede con el universo.

La Era de Acuario, dice, es un despertar que ya está presente y nos lleva hasta un irremediable lugar de conocimiento. Todo se sabe -o se puede saber- y así nosotros: buscamos comprender quiénes somos y en este final de camino hacia la verdad, los que todavía no pudieron(imos), andan(mos) dando zancadas, coleteando las últimas posibilidades para entender, quitando la tierra de nuestro monitor, corriendo a las personas que se paran frente a nosotros y miden lo mismo ¡nos tapan el horizonte!, rompiendo cables, apurados y algo torpes por llegar temprano para ver desde la fila del medio el momento en que Benjamin Linus hace girar la isla (y acá tomo prestada una imagen que Fabián Casas tomó de Lost y usó para expresar otra idea que no viene al caso), antes que empiece la próxima temporada.
Dice que este despertar trae caos, simplemente porque es el último pestañeo para la confusión. Y me dijo que lea las enseñanzas de El maestro de la Era de Acuario, quien trajo a Occidente desde la India los conocimientos yoguis. Cosa que hice y desde donde transcribo unos fragmentos que juzgo puede resultar interesante -al menos- conocer. Es largo y esta es solo una selección sesgada por mí presente. Dicho esto, confío entonces en que si a alguien le interesa profundizar, sabrá encontrar la manera.


“La Era de Acuario está llegando hacia nosotros. El vacío, la insania y el dolor
serán asunto de toda persona. La gente va a querer golpear paredes para saber a
dónde puede ir. Han habido muchas eras y cambios de épocas en la larga historia de la humanidad. Pero este cambio de era es diferente. La antiguoa Era de Piscis fue dominada por máquinas y jerarquías. La nueva Era de acuario está regida por la conciencia, la información y la energía. El poder más grande será tu palabra –tus palabras proyectadas conscientemente-. Este cambio es radical, no gradual. Es un cambio simultáneo tanto en el mundo exterior como el interior (…) Hay muchas
dimensiones involucradas en el cambio radical de esta era. En todas partes, la
gente lo está discutiendo, está haciendo predicciones o negándolo. Algunos
sienten el cambio como el cataclismo o el fin del mundo, otros como un nuevo
comienzo, y otros, todavía, como un momento de incertidumbre e impredecible. El
cambio no es en todos los niveles de la vida al mismo tiempo. No es sucesivo u
ordenado, ni cada paso es predecible. Y nos afecta personalmente (…) El cambio y
el aprendizaje son continuos y de por vida. El intelecto no es suficiente.
Necesitamos una relación nueva con la intuición, la emoción y el instinto. Esta
es una era de paradojas: más global y más individual, con menos fronteras y más
demandas de separaciones políticas. Todo es más rápido y tenemos menos tiempo.
Necesitamos mucho más amor y unidad, pues tenemos más miedo y una inseguridad
tremenda. La resistencia y el desempeño óptimo constante son los estándares
comunes para evaluar a toda la gente y su trabajo, y la necesidad es ir hacia
adentro y regenerarse (…) Tenemos que aprender a usar la mente de diferente
manera. (…) La Era de Acuario empezó el 11 de noviembre de 1991. Estamos en el
período cúspide entre Piscis y Acuario. El mundo cambiará (…) Las personas están
buscando la realización del ser a través de la pureza y la piedad, la
individualidad y la realidad. Ellos ya no quieren practicar la dualidad. Por
eso, van a encontrar pocos matrimonios. (…) La única manera de sobrevivir hoy en
día es a través de la insania del ego. No el ego –el ego tiene una referencia
racional. Sino la insania del ego. El ego del hombre es como una víbora que te
escupe su veneno como una fuente. No significa nada, nada más te da miedo. (…)

martes, 11 de enero de 2011

Les gens heureux n´ont pas d´histoire

Dos pisos, plastilina y un póker de as; un espejo, que se clava, y ese demonio en proyección; cuatro baches, esta vida y el espectro porvenir; el agujero, es sentido, y se compadece al bazar; rosas negras, viajes dentro, y la carga del ego universal; un poeta, no se traba, piensa y acierta: ese dolor (¡ese dolor!) es estéreo de vivir de muerte y en columna ser, hasta el final de las pieles, un renacido: su propio sobreviviente.

sábado, 8 de enero de 2011

Ese estado paradojico

Creemos que creemos en eso de que tener todo es como no tener nada. Nos lo enseñaron de chicos y es una de esas ideas que reafirmamos de grandes, aunque no nos hayamos preguntando nunca por qué. Hay cosas que quedan bien, salen como gladiadores al escenario mientras los demás –de más- miran y aplauden. Y está bien, dicen. ¿Para qué querer todo, si al final no hay nada? ¿Para qué todo, si después pesa? ¿Para qué todo si hay otros que no encuentran, ni de paso, el pan de ayer bajo una toalla? Entendemos que suena justo, aunque no hayamos comprendido muy bien eso de la plusvalía. Después y con suerte nos preguntamos qué es todo, con cara de pienso, como hablando de filosofía cursada en el carril izquierdo de la Panamericana. Pero no seamos injustos con la realidad, todo es todo, ¿no?: trabajo, carteras, casas, autos, amor, amigos, viajes, esperanzas, frustraciones, mascotas, libros, pensamientos, música, un don, bastiones, luces encendidas al alcance del horizonte, ratos de paz y hasta entelequias. Eso hacemos: poseemos (y perdón por la cacofonía pero a veces no la puedo evitar), para ser los primeros poseídos. Y no justamente (o no solo) porque tenemos que pagar impuestos y liquidar de la 12 a la 1 las cuotas de la tarjeta. También es que queremos funcionar en consecuencia. ¿Se ve? Es esta idea superpuesta a la idea de que si se piensa una cosa, no se puede pensar la otra, como si acaso el estado paradójico no existiese. Vamos, hay comunidades enteras que viven sin cuestionarse la cuestión del blanco y el negro en connivencia. Pero nosotros queremos tener, y declarémonos culpables de una vez que en este país nadie va preso, doña. No hablo solo de fortuna y confort, de esa casa pega con esa lámpara, esa lámpara ilumina muy bien esa barra y a la barra le suman mucho esas copas y picame un corcho de champagne, que es lo único que podemos hacer –con lógica- para emborracharnos y no preguntarnos más, en silencio, si queremos cogernos o solo acompañarnos durante este rato vacío en el que los deseos nos empujarían hasta un lugar mucho más corrosivo; hablo también de los que queremos tener un título, una actividad principal, una fórmula, en definitiva, alguna construcción. ¡Tener una razón, bendita sea! Poseer la razón como quien tiene el nombre ganador de un certamen dentro de un sobre, lo espía y clamen, clamen, que ya les diré lo que sé, para que ovacionen o mueran. Pero que sea por mí. Y eso no es lo peor. Lo peor es la máscara, el disfraz que bien podemos llamar por su nombre de pila: hola, soy mr. estereotipo. Queremos tener libros, muchos, y haberlos leído, para que los gladieitorwochers lo sepan, queremos tener amigos para el cumpleaños y sábanas rojas para el flaquito de la oficina. Queremos poseer algo, un nombre, querido, ¿sabés quién soy yo? Y está bien, supongo. Si no, ¿qué hacemos? ¿Vivimos en estado de pregunta? ¿Bancamos el margen? No, sentenciamos, gracias a todos y hasta siempre. Mejor, buscamos un hijo para decir como mamá: “Sos la razón de mi vida”.