miércoles, 14 de diciembre de 2011

Recuerdos

La angustia volvió a Carmela. Está lloviendo. Llueve igual que aquel día de diciembre en que las gotas compactas como caramelos cristal parecieron salvar su vida. Moría de calor, o de frío, entre esos brazos que apretaban sus senos. La delicia de la angustia está otra vez para recordarle que el pasado no existe, que lo que fue está en el presente. La convivencia con la historia es el talón de Aquiles del New Age y de ella y de todos los demás que jamás podrán dejar de haber sido. El olor a tierra abre sus orificios y quiere escupir el cuerpo por la boca. Lo odia. Puede ver su vientre aplastado contra su cara de nena. Blanca, Carmela reza. No quiere recordar ya aquella pelea por espantar el arrebato jadeante del hombre susurrando incongruencias mientras ella, empastada de asco, balbucea algo que procure el final. Carmela quiere tomar el té, comer galletitas de avena miel y pasas y sin embargo, vuelve. Sigue escupiendo. Teje para los pobres porque, la verdad es, le teme el karma. Teje con fuerza, apretando los puntos, arruinando la belleza del tejido como cada vez que recuerda las gotas inundando aquel pozo, ahogándolo. Carmela tiene sed, siempre tiene sed y es por ese dato objetivo que cree que la subjetividad es una ironía. Sabe que no es ella, ni fue él, un miembro subjetivo del planeta. Lo que sucede, no siempre conviene. Lo que sucede, simplemente, significa. Carmela camina hasta la cocina y toma una jarra. Está llena de burbujas. La jarra, ella y la tierra afuera. Bebe un vaso. Bebe otro. Bebe cuatro vasos de agua y vuelve al living. Ni la televisión ni el tejido quitan de encima la cara de aquel hombre que parecía muerto antes de estarlo, cuando, sedado, se hundía en un rincón de su jardín. Esa tarde de verano quiso que lloviera más. No le importaron, siquiera, sus zapatos de taco marrón. Deseaba ver el pozo rebalsar, deseaba no volver a ver aquellas nalgas de triple pliego caminar sudorosas hacia el baño. Mira por la ventana. Le pide a una mosca posada entre la puerta y el mosquitero que vuele. Pero la mosca sigue ahí, igual que ella, resguardándose de la tormenta; le pide a la lluvia que pare. Pero la lluvia es una cascada de monedas. De pronto son dos las moscas sobre el mosquitero y ella les dice que no quiere acordarse más. Por favor, quiten a la lluvia. Pero en su casa de campo, nadie la escucha. Las moscas copulan, hermosas. Carmela las mira, les pide perdón y golpea la ventana. Las moscas vuelan. Gira veloz para ver el living detrás de sí. Sigue sola. Vuelve a mirar a través la ventana. Muda, patea el zócalo, se sienta en el piso y entonces escucha a alguien que parece venir de su propio cuerpo, decir que lo que pasa, Carmela, es que el recuerdo es la consecuencia principal de vivir.

martes, 13 de diciembre de 2011

Reseñas recomendadas

http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Orhan-Pamuk-Museo-inocencia_0_603539758.html

-Cuando uno relee una novela...bueno, primero te das cuenta de que son, por ejemplo, ochocientas páginas. En una segunda lectura, tal vez relees sólo unas cuantas de esas páginas. Y te vas dando cuenta de que la mayoría de las cosas que lees en una novela te las olvidas. Pero te quedas con una impresión. La alegría. El gozo. La sensación de descubrimiento que esa novela te dio. Muchos de los detalles se olvidan. La segunda vez que lees la novela prestas atención a otros detalles. La primera vez estás atento a lo que va a pasar, a quién se va a casar con quién. En cuanto uno más lee una novela más le presta atención a las cosas finas. Por ejemplo, el bolso pequeño rojo que Anna Karenina lleva con ella al principio de la novela o al fin de la novela cuando está a punto de suicidarse. Releer es ver cosas diferentes cada vez. Y, por supuesto, somos felices cuando vemos y encontramos estas cosas. Comenzamos a hablar con el libro. Me importa mucho la relectura porque redescubro el libro pero también porque me doy cuenta de cómo yo también he cambiado. En mi juventud leía como un animal hambriento que se devoraba todo. Sólo para tener una idea de lo que estaba pasando en el mundo. Ahora, más tarde en la vida, leo más lento y le presto atención a detalles mínimos, pequeñas coincidencias; le presto más atención a objetos y colores.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Un hombre

Menos me seduce tu inteligente manera de explicármelo todo, que tu deseo por conocer mi opinión. No es tanto que me vuelvan tierna tus caricias dominantes, son más bien tus ojos, cerrados, mirándome así. No son ni tus certezas, ni tu compañía tándem distante y cercana; avasallante, imperativa y comprensiva, lo que me conquista de vos. No. Es mucho más tu risa cuando perdés. No son ni tus sorpresas, ni es tu convicción; no es la corona con la que me corres lo que me lleva a tu cama cada noche... incluso esta noche. Es, en todo caso, la inevitable elección. No era el lugar, no era el momento. No estábamos de acuerdo ni con tu pragmatismo ni con mi devoción. Eramos vos, yo y esta felicidad. Te lo digo a vos, que podrías ser el hombre ideal para cualquier mujer. Y, sin embargo, lo fuiste para mí.