martes, 29 de septiembre de 2009

Platónico

Lo unilateral, la ilusión poética alejada de la realidad que se blande cruda en cada tac que marca el reloj; un vicio, una forma. Una escapatoria. Es el romance con lo intocable, una búsqueda de eternidad sin riesgos de desilusión, una cadena de excusas que actúan como ranas. O un facilismo, tal vez. La inequívoca piedad ante uno mismo, el éxito asegurado, el sueño reparado, el detalle en los pies y la evidencia oculta tras el cartel de neón multicolor. Ceguera. Es no animarse, atornillarse, erguirse cuando hay que acurrucar, achicar la piel cuando queda en remate elongar, actuar de más, pensar de menos, reír a destiempo, colgarse de las nubes y aterrizar en el desierto, hundirse en la derrota que se viste de victoria y temer, siempre temer el día que se haga realidad. Ese día que nunca llegará. Es esto y algo más: el amor puñetero es la trinchera cubierta de nieve que aleja del horizonte la posibilidad de que dos voluntades se fundan y hagan eso que sucede cuando el mar estalla en inmensas olas y deja lloviendo su gusto a sal.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Amor, mi adicción

Es cierto que juré no volver a escribir sobre el amor. El amor no se habla -me había advertido- el amor se vive y ya. ¿Pero si no lo puedo contar, acaso puedo vivirlo? Eterna pregunta de la que intuyo alguna respuesta. No soy alcohólica. Tampoco se me dio nunca por las drogas y estoy en condiciones empíricas de decir que el cigarrillo no me domina. De sexo lo justo, la comida no me desespera y yo, como habitante de esta sociedad, estoy convencida de que algún vicio hay que tener: desconfío de aquellos que no se pierden por nada. Mi adicción al amor está declarada. Ciertamente preferiría las bebidas blancas y lo digo sin ceguera, confío en que amar como conducta entrañada conlleva serias consecuencias, incluso físicas. Basta con repasar sus síntomas: adelgazamiento, sonrojo, diarrea, reducción de las capacidades mentales y de concentración, anulación de la fuerza de voluntad y de la percepción de la mentira; el enamorado no tiene remedio que lo cure pero sí veneno a mano. Con todo, queda claro que amar puede ser un peligro muy atrayente. Del mismo modo que sucede con los deportes extremos, aparece de frente a nosotros como un abismo natural mucho más imponente que nuestras capacidades de sortearlo. Escalar una montaña de siete mil metros de altura atado a una soga es como entregarse a este sentimiento: no sabemos cuáles serán las consecuencias de la hazaña a la que nos aventuramos, pero estamos seguros de que si nos caemos por su ladera padeceremos un golpe letal. Y no me vengan con que nadie murió de amor. Pregúntenle a mi abuelo por qué enfermó irreversiblemente cuando mi abuela abandonó esta vida. Vamos, el amor es lo más desgarrador que somos capaces de sentir (si somos capaces de sentirlo, claro). Es luz y sombra, es el eclipse más impresionante que conocemos y ni siquiera nos hace falta usar larga vistas para entenderlo. Nos alcanza con otro cuerpo, otra mirada, está todo en un abrazo, en un beso, en un silencio compartido; en tu cara, en tu piel, en tus sonrisas, en tus palabras que se pasean saltando por cada rincón de mi mente y en tus encantos. Amo lo que sos y lo que nunca podrás hacer, tu cobardía y tus verdades, tu libertad y cada prisión que te compone. El amarte me vuelve hilo invisible y alma flotante, un espejismo en la vida, la evasión de lo material en lo absoluto y lo absoluto en cada letra que entono por vos. Amo en misterio, amo en colores, amo. Te amo. Es cierto, había jurado no volver a hablar de esto. Pero mentí sagazmente. La realidad es que no soy creyente y que los juramentos valen lo que un alfiler en la mercería para mí. Esta declaración sólo tuvo el sentido de convencerme por un rato de que mi vicio estaba curado. Ahora debo asumir que se trató sólo de un período de abstinencia.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Dame un sí (segunda parte)

Sabía que vivía cerca de donde estábamos. Sabía que me había propuesto ese bar para tener su casa a mano. Sabía que, en algún momento, algo más tenía que suceder.

Abrió la puerta de su departamento y en un rápido repaso lo vi todo. Una jaula de monos. Su departamento era como la vida: una jaula que encierra locuras que se cuelgan de los pelos como si éstos fueran rejas.

Me abundó una sensación de extrañeza y oscuridad igualmente avasalladora e imanada. Pero entré decidida. Pasé por delante de él que se quedó inmóvil, como sosteniendo la puerta con sus hombros. Cuando alcancé el centro del living, giré y lo vi contemplándome con una mirada que nunca antes le había percibido. Le cuestioné el gesto con otro gesto y me dijo que no estaba seguro de poder escuchar eso que yo tenía para decirle. Pero realmente no hacía falta, las palabras pueden ser usadas como excusa para sentir. Y eso ya las convierte -todavía más si se quiere- en enormes masas de poder.

Le conté esta idea y él, en su carácter de amante de la lengua, no estuvo de acuerdo. No busqué su aprobación. Podría haber argumentado que mi teoría era –incluso- una sobrevaloración del las palabras, pero no quise porque preferí quedarme con ese que estaba apoyado en el marco de la puerta, y no iba a arriesgarme a decir nada más que lo pudiera llevar hasta el lugar de profesor.

Pero él no notó mis intenciones y en cambio me preguntó si mi fetiche con él estaba relacionado con el poder o con la escala de sabiduría. Le contesté que tal vez al principio me había visto deslumbrada por sus conocimientos y su encanto por la expresión de la lengua, pero que a esa altura no se trataba de fetiche sino de intuición.

- ¿Y qué intuís?

- A vos, tal vez.

- ¿Qué de mí?

- Nada en especial, supongo.

- ¿Entonces no intuís nada?

- Sí intuyo, pero no es algo puntual.

- Jugás con las palabras, te gusta eso.

- Un poco, pero es justo lo que no quiero hacer ahora.

- ¿Por qué?

- Porque me queda cómodo.

- ¿Tan cómodo te quedo?

- Con vos no, con vos nada es cómodo.

- Es decir que preferís las palabras a la intuición.


No quise contarle que soy mujer sin sexto sentido. Pero sí, hubiera preferido callar, acariciarlo. Increíblemente, quería que me susurrara al oído y que nos hamacásemos bajo el peso de las sábanas, como si nos amáramos. O, mejor dicho, como si él me amara también a mí. Quería un romanticismo que no me era propio y como en un manotazo de contra fobia, decidí volverme todo lo puta que pudiera. Para él.

Permanecí parada en el medio del oscuro living. El aspecto lúgubre del lugar me hizo notar, por primera vez, las ojeras en su cara y sus manos sudorosas de piel lisa y plástica. Desabroché mi pantalón y sin bajar la vista de sus ojos, me agaché hasta el piso para quitarme el jean, levantando primero una pierna, después la otra; dejándome seducir con ansiedad por su mirada sin gesto.

- ¿Nunca te casaste? –le pregunté mientras jugaba con los dedos, estirando el elástico de mi bombacha.

- Nunca –contestó.

- ¿Te gustan los hombres también? –inquirí liviana y dejé caer mi ropa interior de encaje celeste al suelo, repitiendo el movimiento de las piernas, separándolas un poco más.

- Alguna vez –dijo él.

Y ahí estaba yo. Delante de Marcelo, queriendo contarle que en verdad se había metido en mi vida mientras que empujaba mi vientre hacia adelante, y me acariciaba las piernas y subía mis manos por entre mis tetas, apretando con los dedos mis oscuros pezones para quitarme finalmente la remera por encima de la cabeza, soltar mi corpiño y quedar completamente desnuda ante él.

- ¿Cuán grande es tu pija?

- Te vas a sorprender –contestó.

- Lo quiero probar.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Pensamiento reflejo

- No me gusta la gente que empieza una oración diciendo la cosa es así.
- Es una frase hecha.
- ¿Y eso qué exime?
- Digo que no es importante.
- Claro que no, porque para vos la cosa es así.
- ¿Cómo sería así?
- Lo que digo es que no puedo creer que todavía haya gente que piense que las cosas pueden ser de una sola manera.
- Vos estás creyendo en que las cosas pueden ser de una manera.
- Te digo que no, que creo que las cosas pueden ser de una infinidad de formas distintas.
- Y que sean de una infinidad de formas, ¿no es una manera de creer que la cosa es así?
- ¿Decís?
- ¿Importa?

domingo, 6 de septiembre de 2009

Oda al Alba

Después de haber creado este tejido a contrapunto, cuando el alba descose la materia que habita en mí, descubro el sinsentido de esta concepción y me largo a llorar. Con la garganta bloqueada por arena, aplaudo franca la derrota que sin peros se apura para quedar atrás, mientras me preparo para una nueva sagacidad. Más allá. Estiro las piernas que decoro con una pollera a rombos, como soy, para que alguien las vea, es que alguien debe mirar, y piso sin cuidado, con algo de prisa y más incertidumbre y miro el suelo, el espectro de quien fui y seré se asoma y me cuenta que no me soltará, sólo nos podremos transformar y señala que busque ahí, dentro de tu nariz está, esa, tu necesidad de existir, impenetrable, contundente, fatal. La aguja me estropea y me vuelve a coser, y me estropea, y me vuelve a pinchar y cuando la agarro se hace señal, sos flecha, pará, porque estoy viva y te puedo llevar para que indiques el camino mismo de mi identidad, que tiene mil caras y que no se conforma. Que quiere mil más. Coseme y que amanezca, que del alba no podré escapar.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Dame un sí (primera parte)

Entre el deseo y la realidad está la fantasía. Así. Ni al revés ni en contra. Hacer carne lo que siente la piel es conjura de valientes. Incluso para nosotras, las chicas rubias que rodeamos los 90 centímetros de cadera.

Estaba decidida y, como suele suceder con mis convicciones- -aunque me cuesten sólo un par de días o apenas algunos minutos- era una decisión absoluta. El mundo pavoneaba flaquezas y permanecía exultante de trivialidades. Yo lo sabía y eso me daba ventaja porque no estaba precisamente débil ni tampoco me importaba perder. Es que cuando abajo sólo están los quebrantos sobre los que estamos parados, la actitud cobra una destreza formidable.

Increíblemente, –y quiero enfatizar en esto- cuando algo sucede después de haber vivido en la mente durante mucho tiempo, se siente como parir. Y ojo, no es que haya parido una criatura alguna vez, pero tengo la impresión de que la sensación debe ser más o menos así. Los últimos meses había estado imaginando una situación, y esa situación empezaba a existir más allá de mí. Porque él estaba ahí, parado en la esquina, con sus manos dentro del pantalón; él ya no le pertenecía a mis pensamientos. El me hablaba, me hablaba a mí.

- ¿Te parece este bar?

Nos sentamos uno enfrente del otro. Elegí al lado de la ventana. Coca para él, Fanta para mí. Intenté por unos segundos invocar mi plan mental, pero fallé. Sólo pude recordar el momento en que empecé a llevarlo a cabo. El era profesor de la clase de Latín. Hola –había dicho el primer día- mi nombre es Marcelo y voy a darles mi dirección de mail para que tengan en cuenta que pueden consultarme lo que quieran.

Al cabo de algunas clases, su boca pendular conjugando latín me traía latiente. Durante las primeras clases, mis preguntas fueron protagonistas y mi capacidad para enviar mensajes subliminales cobró una habilidad inimaginable. Estaba bien para mí eso de seducir. Digo, de que la mujer seduzca al hombre hasta que éste no pueda más.

- Así que acá estamos-, dijo y sonrió.
- Eso parece –contesté sin demasiada originalidad.
- ¿Se puede saber qué buscás? –inquirió. Era claro que me estaba apurando y eso me hizo sentir ganadora. Después de tantas dudas, de tanta espera, quedaba claro que en ese juego ya éramos dos.
- Creo que busco que se terminen estas dos gaseosas.
- Pero si recién llegamos.
- Sí, pero estamos en un bar.
- ¿Y dónde querés estar?
- Encima tuyo podría ser un buen lugar.

Sentí su incomodidad. Evidentemente no estaba acostumbrado a que una mujer le pusiera un pie sobre sus pelotas en un bar a plena luz del día, en Corrientes y Callao. Se notó, pero Marcelo estuvo a la altura de las circunstancias. Se adelantó sobre la mesa, agarró mi brazo y me dijo:

- ¿Sabés que no vas a dominarlo todo? ¿No?
- ¿Ah, no?
- Vamos –dijo. Caminó hasta la barra, pagó y salimos.

Como buena mujer moderna que soy y después de notar durante algunas clases cómo sus ojos se escapaban hasta mí en contraposición a su boca, que se cuidaba de no fugar ninguna palabra de más, le escribí un mail con una pregunta técnica y dejé para el final mi habilidad subliminal. Supongo que ahí empezó todo lo demás.

Nos enviábamos mails uno detrás de otro. A diario. Pasábamos el día entero conectados por correo y cuando llegábamos a la clase ni nos mirábamos. O mejor dicho, él me evitaba. La situación se prolongó por uno meses y yo empecé a sentirme mal. Soñaba con él, pensaba en él, me enamoraba en silencio de mis propias ideas. Cuando la sensación se me volvió algo insostenible, intenté acercarme un poco más, poner las cartas sobre la mesa, pero en esos momentos Marcelo se alejaba y yo quedaba extrañando su ausente presencia. Sin paz.

Deliraba encuentros mientras me masturbaba con la idea de él sobre mí y de mí sobre su escritorio. Todos los días me masturbaba. Incluso varias veces al día, provocándome hasta tres orgasmos seguidos. Pensé que si él me generaba tanto placer con sólo existir, merecía saberlo. Así fue que en uno de los mails le dije que tenía algo importante que contarle, pero que consideraba que debía ser personalmente –al fin- y que si no le resultaba demasiado atrevido podríamos encontrarnos en un café.

Cuando salimos del bar, me detuve frente a la puerta, él se acercó hasta mí y me agarró de la cintura, quebrándola.

- Ahora me vas a contar eso que me querés decir –dijo.

- Sí, pero creo que deberíamos ir a un lugar más tranquilo -respondí.