miércoles, 27 de noviembre de 2013

El Loco


Cuando sos chico, cuando no te importa ponerle coherencia a tu vida, haces las cosas simples. Sos vos en esplendor y desgracia. Algo así como el estupor del capitalismo. Una isla. Nada importan las masas y los mandatos. Pero después, muy inmediatamente después, vienen los adultos a contarnos que tenemos que vestirnos, no tirarnos pedos y callarnos ante las visitas. Reglas. Contexto. Eso que llaman modernamente sociedad.
Mi mama está casada con el hombre más políticamente incorrecto que conocí. Que a su vez es la persona más exitosa que conocí. Qué es el éxito para mí? Vivir haciendo lo que te gusta, con la mayor libertad posible. 
El marido de mi vieja llega a un cumpleaños, copa la mesa, y se lanza a hablar como si las palabras fueran monedas que caen en una alcancía. Le dicen el Loco. Y no es solo porque hace 40 años se fue remando a Bolivia y otras yerbas del estilo. Me contaron que una vez se puteó con Marcos Di Palma. Marquitos manejaba un auto al que él le conseguía publicidad y por lo que cobraba comisión. Vivía de eso para vivir pero poco le importó y lo mandó a cagar. Se quedó en pelotas. Siguió. Se superó. 
De chica me costaba entender sus cadenas de oro, su falta de ubicación y sus consejos crudos, ausentes de lo que entendía yo por romanticismo. En esa época pasaba mi tiempo leyendo mucha literatura francesa y nada que fuera duro, aspero, me caía bien. Pero de a poco entendí a Rimbaud, consumí a Márai, devoré a Bukowski y más tarde me puse mi agencia de comunicación, moda y relaciones públicas que me llevó a entender muchos de los consejos del Loco,
Los años pasaron, me encontré repitiéndolo, asumiendo sus verdades y lo que fue más contundente: admirándolo. No es fácil ser autónomo. Ni es fácil crecer sin la estantería de una empresa que pague un aguinaldo. Pero menos sencillo aún es construir vínculos desinteresados, en un mundo en que todo, o casi todo, corre por cuenta social y bancaria. 
El Loco es sabio pero sabio de la calle. No conoce reglas ortográficas pero entiende de la lógica de los vínculos. Su papa, Américo, murió hace poco, a los 97 años. En el velorio no había ningún amigo de Américo, claro, deben estar todos muertos o tal vez ya resucitados. Pero sí había muchos amigos del Loco. Entré caminando a la Chacarita y a la distancia noté la presencia de algo así como unas veinte personas esperando que empezara la siniestra misa dada por un cura sosteniendo un machete en su mano temblorosa. Llegué al lugar, saludé a todos y me llamó la atención que la gente que había era toda de distintos lugares. Gente amiga del Loco en promedio desde hacía más de 30 años, pero cada uno con una historia distinta. El Loco construyó vinculo por vinculo. Hasta en eso no pudo ser masivo. 
Es que el Loco jamás cagó a nadie e hizo miles de favores, más que nadie. Hasta adoptó un hijo y se hizo cargo de los cuatro que somos nosotros, los de mi vieja. “Si te pasa algo, no llames a nadie, llamame a mí”, le dijo al tipo que cuidó de Américo los últimos días de su vida. Y si te lo dice el Loco, descontá que es para siempre.
Anoche fui a visitarlo, a comer una tortilla con él y mi vieja y entre las cosas que me dijo, me aconsejó: “En la vida tenés que pelearte con alguien, no podés ser tibio. Pero si vas a mostrar los dientes, tenés que estar preparada para morder y bancartela”. 
Mi vieja sirvió café de vainilla. Hablé algo de las consecuencias, los cambios y la educación. El me miró con sus 65 años y remató: “Es mejor ponerte colorado algunas veces que vivir amarillo”

jueves, 14 de noviembre de 2013

Renuncio Madafaka


Mi trabajo es generar contenidos. Los pienso, les doy forma y los comunico. Soy la mediadora, el nexo entre los medios de comunicación -los masivos y los mas pequeños- y la marca que me contrata. Nada del otro mundo, sigo reglas, tengo un oficio. Y no puedo ni quiero negarlo, me gusta lo que hago y me da cierto placer ver cómo una acción que nació como una idea virgen es llevada a acción y luego se publica, se vuelve algo real, algo que ocupa un espacio y que tiene un valor. Pero si me gusta lo que hago es porque mi intención de significar en el mundo sobrevive en mí desde chica, lo cual es el yin del yang de  saber que, acaso, a ese significado olvidé responderle el para qué. 

Y no digo para qué en cuanto a mí. Digo para qué sirve lo que hago. Hablo en el mundo, en esta sociedad o en la que sea. Y no, por favor, no digamos que contribuyo al crecimiento de la imagen de marcas que así se hacen más grandes y generan más puestos de trabajo. Esto está bien y gracias al espiritu de mi abuelo que sucede. Tengo plena consciencia de que el mercado de la moda para el que sirvo mueve millones, billones de dólares en el mundo y genera que la rueda gire. Sin embargo no me consuela, no me vuelve responsable sino que me convierte en culpable. Porque entiendo que hay algo mas grande que nosotros que nos rodea y que nos agrupa, que está ahí. No lo vemos? 

Vamos, tenemos que estar viendo lo que está pasando. Esa forma cruel en la que todos queremos ser el mismo modelo de pertenencia y sufrimos, sufrimos como unas plantas fuera de su habitat porque somos distintos por azar y por naturaleza. Nuestras infancias no se parecen, nuestras familias no se parecen, nuestras posibilidades, vacaciones, incluso lo que comimos no se parece en nada. Ustedes comían pan con osobuco y galletitas de agua con roquefort mezclado con manteca para que rinda más? Bueno, algunos sí lo hicimos.

El asunto, amigos, es que todo eso que fuimos pasando para crecer, lo que nos tocó ver por azar y pudimos entender por naturaleza para llegar hoy a hacer lo que sea que estemos haciendo nos tuvo que haber dado un punto de vista y es acá, demonios, acá es donde digo: lloremos, velémoslo porque todo parce indicar que el punto de vista murió. No queremos ser únicos, no queremos ser diferentes, no queremos procesar lo que nos llega y conformar nuestra propia Matrix. No queremos tomarnos el tiempo. No queremos pensar. Solo queremos pertenecer, ser como el otro.

Hago contenido, muestro el contenido, se habla del contenido y “los consumidores” repiten el contenido. Enlatado. Manoseado. Despersonalizado. Y ahí vamos, zombies, repitiendo para querer ser, porque si tengo un Iphone lo puedo poner sobre la mesa y, dale, seguís teniendo Blckaberry? Ja, ja. Como cuando adolescentes, amigos, y la pasabamos tan bien en la previa y peleabamos por el mismo chico, el popular, así estamos: inflando el valor de lo que otros ya antes dijeron que era valioso, tal vez sin siquiera saber por qué.

Entonces el reproche tiene que ver con los roles. Nos preguntamos si existe Tinelli porque la gente necesita a Tinelli o si la gente quiere a Tinelli porque es lo que hay. Del mismo modo, genero contenidos en los que creo?  Quienes muestran este contenido, lo ven realmente valioso? Lo personalizan? Le agregan un punto de vista?

Cómo saber? Tal vez mi consuelo sea pensar contenidos a los que les digan que no, aunque un precioso grupo de blogueras lo haya instagrameado, replicado... olvidado, mientras todo el resto de la existencia lo compra, lo quiere, lo necesita (?).