sábado, 5 de noviembre de 2011

En busca de lo irreversible

La idea de la pareja intelectual está terminada. Hay un hombre que no conoce a Bukowski durmiendo en mi cama, y creo que ayer me dejó embarazada. Creo que tengo un hijo en el vientre y creo que es mujer. Todo lo que no soy es historia. El suicidio ya no me parece una opción, tampoco el aborto. Son ese tipo de decisiones que se pueden tomar antes de los 25. Después pasan a ser determinaciones cobardes y desalineadas. Y en eso sí tengo congruencia: no soy cobarde ni quería serlo.

Corro su pierna de encima de mi panza y lo empujo hacia el otro lado de la cama. Salgo del rulo de las sábanas y escucho que me llama. No tengo ganas de responder así que no lo hago. Sé que tengo que hacerme cargo de él, incluso más que de la china que se acomoda adentro como si este cuerpo que habita esta casa fuera un lugar seguro. Intento desenroscar un tarro de jalea de membrillo. Pongo agua a calentar y me apoyo de espaldas contra la mesada, dispuesta a pensar en qué hacer. Y sin embargo solo puedo pensar en que no entiendo por qué cierran tan fuerte los frascos y recuerdo: es por ese tipo de situaciones que a veces pienso en que quiero un hombre como el que duerme en mi cama, que arregla mi auto, pone estantes y me dice entre risas: “No tomes más, hermosa”.

Estoy segura de que si voy y lo despierto y le pido que abra el maldito frasco, él lo va a hacer. Y además va a exprimir las naranjas. Porque él me ama hasta ese punto tan doloroso y puto del amor de saber y aceptar que, sin embargo, yo a veces lo elijo.

Y tenemos piel. Realmente tengo ganas de cogérmelo casi todo el tiempo. Y lo hacemos y él es generoso: jamás termina sin mí. Y si no puedo, él tampoco quiere. Le insisto en que está bien que él goce y que yo después porque eso sí puedo prometerle: nos vamos a volver a ver.

Lu dice que tengo suerte de que me quiera tanto. Yo digo que suerte es otra cosa. Yo que pensaba en un hombre sentado al lado de un hogar, leyendo Pynchon, masturbándose delante mío mientras escribo mi obra maestra. ¿Y ahora qué hago con la negación que me sostenía?, me pregunto y Dios mío, al menos consigo abrir ese frasco.

Entonces saco pan, lo pongo en la tostadora; bajo la intensidad del fuego y silbo. Debería ser más romántica, pienso. Salgo. Compro cereales. Lu dice que tengo que hacer el esfuerzo. Pero yo no era de las que hacen esfuerzos. No creía ni en esfuerzos ni en merecimientos. Pero vuelvo. Preparo el mate, acomodo la bandeja. Dejo el desayuno sobre la mesa del televisor, corro las sábanas y lo miro. No me gusta, pienso. Y lo miro. Tiene ese lunar, y lo miro, aunque tal vez algo lo quiero, y lo miro. Mirar mirar mirar, querer... El me ama y Lu dice y lo que Lu dice me hace mirarlo y sí, lo quiero. Lo destierro de su inconsciencia y le pido que entre, que no piense. Y acaba, otra vez, adentro mío. Otra vez, ya sin preguntar. Faltaba que no me tuviera tanto respeto y me dejara mirarlo para descubrir que lo irreversible estaba, ya, del otro lado. "Fran: estoy embarazada".

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