lunes, 28 de febrero de 2011

Cazadores de hitos

Sépanlo: los buscadores de hitos me deprimen. Hablo de este tipo de gente –y no digo clase porque las clases son otra cosa- que basa el sentido de su vida en la construcción de grandes momentos: nacimientos, bautismos, cumpleaños de quince, fiestas de egresados, primeros días de clases universitarias y así, hasta que se seca el pasto del jardín maternal y entonces vuelven a empezar: casamientos, primeros hijos, segundos hijos y te preguntan, con dolor teatral, cómo es que no llamaste el día que nació Juancito. Y vos: discúlpame, es que después de Lolita y Martincito perdí un poco la emoción (¡y te lo dice una hija tercera!).
Estos hito-dependientes se retroalimentan entre sí. Se mutuo-toman la foto Kodak y son devotos de la grandilocuencia oral: dicen cosas como este es un momento muy importante en mi vida y ni hablar de que aprendieron a ser personas de bien por herencia. Casi todos los hitos les costaron mucho. Muchísimo. Y llegan a gerentes, jefes; abren sus boutiques o trascienden alguna frontera de esas que parecen dignas de un héroe -pero que en verdad (creo) solo tienen que ver con la normalidad del paso de la vida, porque ojo con la oscuridad de la obviedad: todo este mundo está absurdamente tabulado y vuelve lógico que a los veinte no accedas a algunas cosas a las que tal vez sí llegas a los treinta-, y se emocionan recordando todas esas horas trabajadas. ¡Ahora sí brindemos con champagne, demonios, nos merecemos esta burguesía!
Todo lo que simboliza, vale lo que una joya rusa. Y así están, viviendo en casas cargadas de sí mismos, en clave feliz, sin siquiera media obra de arte que los obligue a detener la rutina del ¿la llamaste a Caro? Recordá que mañana va a ser un año de que compró su casa. Ajá, importantísima fecha y way (¿why?) que te olvides de brindar o faltar a la celebración.
Y sepan más: atravieso un punto dramático. Es que desde que me di cuenta de que me fijo en cómo caminar hacia la muerte mientras ellos ingenian el videojuego hacia el suceso (para olvidar probablemente la presencia constante y risueña del desenlace común), me siento separada de la sociedad. Casi como si tuviera un BMW.
Y ya que menciono lo común, quiero resaltar que estos hito-dependientes tienen un punto con la cuestión. Quieren ser distintos y yo, del otro lado de la reja, quisiera gritarles: ¿acaso no ven que no existe el ser? Malditos años, para algo tienen que haber servido, malditos. Estamos, vamos, vivimos, sobrevivimos (esto de caerse ocho para levantarse nueve), pero nada de ser. Hoy soy yo, mañana, no. Soy tu novia, después, solo un recuerdo. Y sabemos ¡tenemos que saber!, los recuerdos son peores que la ilusión.
Entiendo, entiendo, estos entes perfeccionadores del sistema consumista de fechas especiales necesitan del motivo para convidarle sentido a sus vidas. Y hasta seguramente sean mucho más pro activos que yo, que suelo no encontrar el tilde del por qué. Sin embargo y como sea, los buscadores de hitos me deprimen tanto y me siento tan pero tan cuidada en mi convicción, que hasta pienso seriamente en ser bastión de contra y–en señal de protesta- dejar de saludar a toda esta hermosa gente, cada vez que cumpleaños.

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