domingo, 24 de abril de 2011

Siempre hay un por qué, a veces en el cielo

¿Te dije alguna vez que amo la luna? A su luz que me hace preguntar: ¿somos recuerdos o somos la tristeza que los desata, acomoda, e inventa y sobre inventa? Y dice que los recuerdos no nos pertenecen como actos de tacto, porque son del pasado y el pasado, de algún otro universo; porque la conozco como a mi barrio que me contiene más que cualquier hombre, más que ningún padre; en su sombrero, te lo regalé, pudiste ver mi sombra oculta en el techo de mis ideas, esas batallas, ese símbolo del tango, inclinado, llegando a sus fauces, y me aceptaste ahí y ya nunca más un no te quiero, no te entiendo, si ella te mira, y cuando está plena soy plena y cuando oculta, así me viste, naranja, como su luz menguante, inteligente, tercero en los ojos, mi espejo lo ve y siempre difumina, porque así somos y qué pancartas, ninguna pancarta lo consigue, solo las nubes que son plumas a su boca, porque ella es la estrella que más brilla y disimula cuando puede, y no quedan dudas cuando quiere; bebe mis palabras que necesitan mis letras, el trayecto de su gloria entre el teléfono y tus ojos; el escape de esta vida, de mi vida, está en ella. Por eso la amo.

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